Esta es la historia que sucedió en un hogar donde vivían ancianos y necesitados, en su mayoría bastante enfermos. En el último piso de este edificio había un cuarto grande donde vivían cerca de 20 hombres. Era un cuarto especial porque los que habitaban allí, debido a su edad o enfermedades no podían moverse: cada uno de ello vivía literalmente en su cama. Una de las características de la habitación era que tenía una sola ventana frente a la cual cabía apenas una sola cama. Quien la ocupaba era Moshé, un hombre simpático y alegre, un hombre al que todos envidiaban el estar frente a la única ventana. Todas las mañanas cuando se despertaba, Moshé miraba a través de la ventana y relataba a sus compañeros todo lo que veía. A veces el contaba: "Hoy está lloviendo, pero igual el niño está camino a la escuela con su abuelito. Pero vean, el paraguas se dobló y los dos quedaron mojadísimos. Bueno, lo máximo que les puede pasar es que se resfríen". Y todos reían y reían; el hombre contagiaba con su risa a todos en el cuarto, haciendo que pasaran el tiempo felices. Otra mañana les decía: "¡Hoy es un día radiante! El sol brilla y los niños juegan, y hay una banda de música", y así hacía que todos sintieran de alguna manera esa música y el calor del sol. En otras ocasiones les relató una pelea entre vecinas o sobre una pareja que caminaba tomada de la mano.Aquel grupo, cada uno en su cama sin poder moverse, escuchaba las palabras y relatos de Moshé con atención. El les proporcionaba el placer y la alegría, la fantasía y la imaginación y así soñando pasaban las semanas.
Cierto día Moshé falleció, y su cama, la envidiada por todos, quedó libre y cada uno rezaba íntimamente porque fuera él, el elegido para ocuparla. La suerte fue de Isaac, un buen hombre. Ahora el podría contar a los otros lo que pasaba en el parque y en el mundo allí afuera. Por la noche se mudó y, ansiosamente, con excitación, esperó la llegada del amanecer para poder ver la luz del día con sus propios ojos. Y el día llegó. Pero Isaac permaneció silencioso.Sus compañeros de cuarto esperaban ansiosos. "Cuéntanos, ¿cómo está afuera? ¿Hay sol, llueve?" Pero Isaac permanecía silencioso. Sus ojos estaban fijos en la ventana, pero con mucha tristeza; finalmente murmuró: "No hay nada, no veo nada, apenas se ve un muro, un muro alto y sombrío. No veo nada!"Los rostros de los hombres quedaron perplejos. Y repentinamente, aquel gran cuarto se transformó en un pequeño lugar sofocante y oscuro, repleto de tristeza.¿Cuál es la diferencia entre estos dos hombre? Moshé era un ser humano vibrante, capaz de transmitir amor y entusiasmo a sus compañeros. A pesar del muro, él conseguía ver la vida justamente porque la amaba, y al imaginar sus relatos, contagiaba a los demás su voluntad de vivir.Isaac, el segundo, era una buena persona pero no veía más allá de su propia nariz: no tenía imaginación, fantasía: no había poesía en su alma.En realidad, frecuentemente conocemos estos dos tipos de personas. Claro que es mucho más difícil encontrar a quienes aman la vida, aún con sus dificultades y momentos grises; a quienes saben emerger de la tristeza con colores vibrantes que alegran y dan fe a quienes los rodean y también a sí mismos. Debemos esforzarnos y superarnos a diario para vivir como Moshé. Con sensibilidad, con paz, yendo más allá de nuestro horizonte, más allá del muro que limita nuestra realidad. Que podamos ver la poesía de la vida, sus colores más cálidos. En la vida más que una buena vista es recomendable tener una buena visión.
(TIEMPO PARA VIVIR - MARCELO RITTNER)
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