A los Kirchner les encanta atizar el fuego de la lucha heroica contra los "poderes concentrados". Esa expresión, que sirve para mantener alerta y cohesionada a la tropa y es fundamental para recrear la mística del "relato", viene desde los últimos años del primer peronismo. Eran los "poderes concentrados" los que habían derrocado a Juan Domingo Perón, proscripto al partido y sus íconos y divisas, secuestrado el cadáver de Eva, procesado y detenido a sus dirigentes y fusilado a sus leales.
Podían verdaderamente los peronistas explicar su heroísmo durante la resistencia; incluso en los turbulentos años 70, cuando intentaron un giro guevarista, y sobre todo durante la última dictadura militar, que los torturó y asesinó aplicando el más siniestro terrorismo de Estado.
Toda esa épica reconocible ha quedado, sin embargo, bastante lejos. A partir de la era democrática, el Partido Justicialista se transformó en un colectivo que gobernó y no dejó gobernar, una casta de dirigentes humildes que se transformaron rápidamente en millonarios habitantes de fastuosas mansiones, con poder territorial y presupuestos abultados. Y la capacidad para girar a derecha e izquierda y hacerle creer una y otra vez a la sociedad que los iguales eran distintos, y que en realidad los de antes no resultaban "verdaderos peronistas" como ellos, "los auténticos", que llegaban siempre ansiosos para un nuevo turno. Dentro de esa realeza política, que de algún modo se convirtió en lo que antes combatía, hay príncipes, duques y barones (del conurbano) que luchan por el botín y se enfrentan en batallas y traiciones para que todo cambie sin que cambie el fondo. Es decir, para que no haya alternancia y el peronismo siga su monólogo interminable.
Hay peronistas en el Gobierno y en la oposición; la maquinaria pejotista -ya un remedo indisimulable del PRI mexicano- condiciona a las administraciones que no son de su mismo color, y cualquiera sabe hoy que desde el más rebelde y "progre" hasta el más "derechoso" debe entrar en el peronismo para tener una mínima chance electoral. El peronismo, por aciertos propios e ineptitudes ajenas, triunfó. Y sabido es que cuando un movimiento que se auto percibe como revolucionario triunfa y se apoltrona en el poder, inevitablemente se vuelve conservador. El peronismo, más que ningún otro sector de este país, representa de ese modo una nueva forma de conservadurismo conducida por una nueva clase de oligarquía.
El gran narrador Jonathan Swift parecía hablar de las internas peronistas cuando escribía aquella imagen célebre: "Podemos observar en la república de los perros que todo el Estado disfruta de la paz más absoluta después de una comida abundante, y que surgen entre ellos contiendas civiles tan pronto como un hueso grande viene a caer en poder de algún perro principal, el cual lo reparte con unos pocos, estableciendo una oligarquía, o la conserva para sí, estableciendo una tiranía".
Es interesante la palabra "oligarquía", sinónimo supremo de los "poderes concentrados". La Real Academia Española la define como "gobierno de pocos", pero anota también otra acepción: "Conjunto de algunos poderosos negociantes que se aúnan para que todos los negocios dependan de su arbitrio".
Ese "gobierno de pocos" se consigue, justo es decirlo, con el apoyo de muchos. La increíble ineptitud de las sucesivas oposiciones al peronismo hicieron posible esta paradoja: votar al menos malo y legalizar así mediante las urnas el sostenimiento de una estructura de señores feudales que terminan transgrediendo las reglas democráticas, realizando lo que no prometieron y dejando una bomba de tiempo económica.
Los peronistas dominan quince provincias y comparten porciones importantes de poder en otras seis. Más allá de fracturas momentáneas, son amplia mayoría en las dos cámaras del Congreso y en las principales legislaturas. Controlan grandes y pequeñas ciudades. Tienen una red gigantesca de punteros y planes sociales. Poseen las principales cajas públicas nacionales, provinciales y comunales, sin olvidar que utilizan como propios para tareas políticas y faenas de cooptación y hostigamiento a la Anses, la AFIP, la SIDE y el Banco Central. Nadie puede gobernar el país sin cierto consentimiento por parte de los principales intendentes del conurbano bonaerense, que administran desde hace décadas un territorio donde la desigualdad y la pobreza han crecido, y donde ahora cunde la anomia, el clientelismo y el gerenciamiento de la miseria.
La columna vertebral del movimiento domina el transporte de tierra, aire y agua de la Argentina: desde los camioneros y la Fraternidad y la Unión Ferroviaria hasta los colectiveros de todas las distancias, los pilotos de avión, los peones de taxi y los trabajadores portuarios responden a un mínimo gesto de Moyano, que también maneja a otros cien pequeños gremios. Su influencia llega a las tarifas, a los precios, impacta en la alimentación y en los peajes, y talla en todo el aparato peronista: es vicepresidente del PJ nacional y, como no le alcanzaba, también del bonaerense.
Sus competidores, los Gordos, cuentan con otros cincuenta gremios aliados, sin olvidar a los empleados de las estaciones de servicio, las agencias de seguridad, la sanidad, el comercio, los gastronómicos y los muchachos de Luz y Fuerza. Su poder de negociación es letal, y no hay empresario importante que pueda resistir el embate a fondo de estas organizaciones todopoderosas, encabezadas por burócratas enriquecidos. Ningún gobierno independizado del "partido único" sería capaz de sobrevivir sin "una pata peronista" o sin hacer un acuerdo espurio con todos estos jerarcas.
A eso el gobierno justicialista suma un ejército piquetero de 150.000 personas dispuestas a movilizarse, cortar calles y rutas, bloquear locales y escrachar personas. Me refiero a los militantes activos de Movimiento Evita, Tupac Amaru, Central de Movimientos Populares, Frente Transversal y Popular, todos ellos sensibles a la caja y los mandatos de la Casa Rosada.
Del viejo establishment no queda más que un grupo de empresarios asustados y con escaso margen para operar significativamente sobre la realidad. Muchos de ellos hacen excelentes negocios con el Gobierno, otros temen sus ataques y acompañan en silencio. Y luego están los que cedieron a la presión y al debilitamiento, y les vendieron a los capitalistas amigos de Kirchner, que fueron armando a su vez un conglomerado para hacerse dueños del agua, el gas, el petróleo y los medios. Los grupos adictos al peronismo se expanden y han logrado articular holdings impresionantes que reciben órdenes desde Olivos. Los bancos quedaron debilitados y sin fuerza para condicionar cualquier cosa cuando les arrancaron las AFJP: los más grandes y gravitantes son el Nación y el Provincia, cuyo control férreo está en manos del peronismo gobernante. Las cámaras empresarias fueron copadas o dividas. Las multinacionales que tenían servicios públicos le temen más al gobierno argentino que a Dios. La economía está más concentrada en la actualidad que en los aborrecidos años 90. Es el momento de mayor presión tributaria y más alto gasto público de la historia: el 72% está en manos de Presidencia de la Nación. Billetera no sólo mata galán. También mata ideal. Y con esos billetes, los perseguidos de antes son los perseguidores de ahora.
A esto se suma un sistema propagandístico en expansión formado por medios estatales y provinciales engordados con el erario; cadenas noticiosas y radios de primer orden que reciben publicidad oficial y negocios, y que propalan con entusiasmo las buenas nuevas y toman represalias contra los periodistas díscolos; diarios y revistas que están al servicio del oficialismo haciendo alharaca con la libertad de expresión pero que jamás investigarán ningún hecho de la corrupción kirchnerista.
En un país que es rehén -gozoso o angustiado- del peronismo, victimizarse y buscar chivos expiatorios, conspiradores destituyentes y sinarquías internacionales resulta, por lo tanto, un viejo truco vacío, casi una broma. Como pasar por contestatarios cuando son y representan al mismísimo statu quo, a la hegemonía en su punto de máxima cocción. Los "poderes concentrados" hoy los detentan en la Argentina precisamente los miembros del gran partido del poder. Una nueva oligarquía política que perdió la heroicidad hace mucho, mucho tiempo.
Jorge Fernández Díaz
© LA NACION
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