El problema no es Maradona: el problema es que Maradona somos nosotros.
Hace ya muchos meses, cuando lo nombraron, en esta misma columna se anotó que se elegía para dirigir la Selección a un ex jugador que no era entrenador.
Se recordaba que Maradona había dirigido apenas a Mandiyú de Corrientes y a Racing y que en ambos casos había fracasado. ¿Un técnico con esos antecedentes raquíticos podía regir la Selección en un Mundial? La respuesta afirmativa y por clamor popular sólo se puede entender desde la perspectiva del inútil sistema de creencias al cual solemos recurrir los argentinos para tratar de resolver-también inútilmente- nuestros mayores problemas.
A mi compañero, el experto periodista deportivo Horacio Pagani, le preguntaron en un reportaje cómo veía a Maradona como DT: “Maradona no es técnico”, respondió con certeza lacónica.
Esa verdad, tan palpable como un bizcochito de grasa o el contorno del mate, resultó invisible para las tan profesionales y experimentadas autoridades de la AFA al designarlo. También, para la abrumadora mayoría de los argentinos que consideró que como Maradona sabe, indudablemente, de fútbol, eso lo convertiría, por iluminación celestial , en el técnico perfecto. Eso, en un país en el que sobran buenos DT: desde Borghi hasta Bianchi, pasando por Cappa, Basile, Díaz, Merlo, Menotti, Bilardo, en fin, al paladar del consumidor y sigue la lista.
Maradona no da sorpresas, quizá porque se ha cansando de sorprendernos. Es el millonario que lleva tatuado en un brazo la imagen del Che, que luchó y murió para que no hubiera millonarios en el mundo. Es el que nos dio las mayores alegrías como jugador de la Selección y el que nos angustió cuando estuvo al borde de la muerte. Es el que se fotografió abrazado con Menem y con Fidel Castro. Y con los Kirchner, claro. Es el que habló pestes de Grondona en el Mundial en que lo expulsaron y ahora lo trata como amigo. Es ese personaje, a la vez querible y detestable, incapaz de hacer una sola autocrítica luego de la goleada que recibió ayer.
Pero el problema no es él: somos nosotros.
Como DT de esta Selección hoy derrotada, Maradona logró que el mejor jugador del mundo -Messi- jugara mal, que pasáramos las Eliminatorias por la cornisa y que -a pesar de su capacidad goleadora-jamás se viera una Selección sólida o segura en este Mundial.
Y eso que contó con un plantel que pocas veces en la historia reunió la Argentina , con algunos de los más brillantes jugadores del planeta. Pero también cedió al capricho: no llevó a Riquelme -que acaso hubiera mejorado el débil mediocampo de la Selección- y no puso a Milito, goleador de Europa, de titular salvo en un partido.
También Maradona logró acumular una experiencia única como DT, que seguramente le dará trabajo en el futuro. Pero, claro, eso ya no nos sirve. Como no sirvió que con exquisita grosería les dijera a los periodistas que osaban criticarlo: “Que la sigan chupando” . ¿Y ahora? ¿Hay mayor muestra de soberbia -esa característica tan fatalmente argentina- que afrontar un Mundial sin contar con un director técnico apto? Resulta arduo vencer dando tanta ventaja.
Bueno sería que esta sociedad que acumula tantos vivos para terminar haciendo papelones aprendiera de esta desilusión algunas cosas. Por ejemplo, que la mística es una cuestión religiosa y no futbolística, y que la magia se terminó de morir a fines de la Edad Media.
Y que la excelencia y los buenos resultados se logran con estudio, trabajo, inteligencia y mucha idoneidad. Lo demás, son pajaritos de colores. Como la vacua magia maradoniana.
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