En 1925, Lisandro viajaba en tren a Rosario. Cuando llega a destino un joven se aproxima temeroso, sosteniéndose entre ambos el siguiente diálogo: -“Señor de la Torre, quisiera estrecharle la mano. Se lo ruego…”. -“¿Y usted quién es?”. -“Yo, un admirador…”. Se contrajo el ceño de Lisandro. -“¿Has leído algo mío? ¿Has escuchado mis discursos? ¿No? ¿Dice que no?”. -“Me han dicho doctor” tartamudeó el joven “que es usted un gran hombre”. -“¿Y porque se lo dijeron usted le creyó? Eso es estúpido. Primero infórmese, estudie, lea y después admire pero sepa a quién… Adiós”. El muchacho se marchó y Lisandro comentó furioso: -“¡Estos admiradores… por referencias!…”.
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