martes, 12 de junio de 2012

¿Indignados o golpistas?


La descalificación es un recurso fácil y primitivo. “Los caceroleros son golpistas de cuarta”, dijo Ricardo Fortster, el intelectual mas orgánico del cristinismo. Agustín Rossi, el jefe del bloque de diputados del oficialismo fue mucho más cauto y más inteligente: “Es un sector de la sociedad que no está de acuerdo con algunas medidas que estamos tomando”. Rossi se da cuenta que el insulto es la mejor manera de potenciar un reclamo. Y como buen peronista sabe que la única verdad es la realidad. Y que lo peor que se puede hacer con la realidad es negarla. Los cacerolazos, igual que la inflación, son un síntoma. Es como la fiebre que denuncia una enfermedad en el cuerpo social. Es una alerta. Esa enfermedad puede ser una gripe pasajera o puede ser algo mucho más grave. Cristina sabe que Néstor Kirchner temía a las cacerolas que en su momento eran tan masivas que se podían llevar puesto a los gobiernos frágiles. Por eso pusieron los subsidios: para que la luz, el agua, el gas y el transporte fueran más baratos en el área metropolitana. Para acallar el ruido de las cacerolas. La actualidad no es la misma. El gobierno nacional es el más poderoso desde la recuperación de la democracia en 1983. De todas maneras que 4, 5 o 6 mil personas hayan decidido marchar a la Plaza de Mayo sin ninguna bandera partidaria es un dato que vale la pena analizar. Es un compromiso mucho mayor que golpear una olla en el balcón de la casa. Primera pregunta: ¿es el final de una seguidilla de protestas o recién comienza? Segunda: ¿Alguien tomó nota que como fue convocado por las redes sociales había una fuerte presencia de jóvenes? Tercera: ¿Cuál fue el motivo por el que los canales de noticias recibieron y acataron la orden de no transmitir lo que estaba pasando? ¿Quién dio esa orden?
Lo cierto es que solo TN emitió imágenes en vivo. El domingo Jorge Fontevecchia se preguntaba en el diario Perfil con toda razón: ¿Para eso querían la ley de medios? Es infantil esa convicción que tiene Cristina y que tenía Néstor de que lo que no se nombra no existe. Es una actitud paternalista y poco peronista. La gente no es tonta. Los avances tecnológicos de la comunicación hacen que sea imposible tapar el sol con las manos. Pero insisten en controlar los medios y en impedir que los controlen a ellos. Otros astutos paraperiodistas del régimen intentaron reducir esos cacerolazos a la presencia en una esquina de Cecilia Pando. Es lógico que a río revuelto la pescadora del terrorismo de estado haya metido su cuchara. Pero lo cierto es que la gente la ignoraba. En su mayoría ni la conocía. Por suerte para este país, nadie que reivindique la dictadura tiene apoyo popular. Son expresiones marginales y nostálgicas sin representación. Hay algo más que vale la pena preguntarse. ¿La obsesión por negar la realidad es tan fuerte que no les permite pensar que puede haber reclamos legítimos en la calle? ¿O se creen que calificando de clase media o de ricos a los que se movilizan ocultan los motivos? ¿Y cómo se hace para descalificar a alguien que vive en el norte de la ciudad desde Puerto Madero o parado en verdaderas fortunas como muchos funcionarios empezando por la presidenta? ¿Quién le dijo concheto de Puerto Madero a Boudou? La presidenta que ahora compró dos departamentos fastuosos en el mismo barrio. ¿No piensan que los que fueron a Plaza de Mayo están hartos del discurso blindado que excluyó del diccionario palabras como inflación, inseguridad, corrupción? ¿No se les ocurre que entre las cacerolas había empleados que se dan cuenta en el bolsillo que vamos derechito a chocar contra la crónica de una recesión anunciada? ¿O que la bulimia por el dólar la desató el gobierno con el corralito cambiario? ¿O que ya se nota la caída de las ventas en el comercio o las suspensiones en la construcción y la industria automotriz? ¿O que Boudou y Aníbal son personajes irritativos? ¿O que muchos luchan contra la impunidad en la tragedia del Once? Uno de los caceroleros se llama Carlos Bustos, tiene 59 años y es martillero. En su momento marchó contra Menem y lo denunció por su cuenta en Suiza. Fue a la plaza con su mujer, tres hijos, cuñadas y nueras. Dijo que fue a ponerle un límite a la corrupción porque “o se tiene miedo o se tiene libertad”. Es una buena síntesis de lo que piensan muchos indignados que Cristina se supo conseguir.

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