Básicamente, el viaje en tren otorga la innegable ventaja de la libertad para moverse. El pasajero tiene la posibilidad de caminar, charlar, estar solo o acompañado, compartir un café. Además, el viaje se torna muy placentero por el contacto con la comunidad. En medio de los paisajes más soñados de la Argentina, se percibe la función social y recreativa que cumple el tren. Ese espíritu se preserva, aunque la combinación ideal tuvo su apogeo entre las décadas del 60 y del 90, cuando se podía llevar el vehículo a un precio accesible y en la estación terminal arrancaba un inolvidable paseo por una región espectacular. Recuerdo el tren-dormitorio que unía Buenos Aires con Tucumán, primera etapa de un viaje en auto por todo el Noroeste.
En general, las nuevas generaciones desconocen la magia del tren. Quedan impactados al verlo pasar. Y mucho más cuando lo abordan: descubren otras dimensiones, sonidos, olores, los silencios del campo al llegar a una solitaria estación, el guarda uniformado, el acontecimiento incomparable de la llegada y la partida. Pese al cierre de numerosos ramales, los trenes turísticos y de larga distancia que siguen en pie conservan ese encanto. Eso los diferencia de cualquier otra forma de viajar.
Richard Campbel
del Ferroclub Argentino
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