Un primo innombrable tiene la virtud de ser el perfecto argentino promedio.
Siempre que conversamos, en los fondos de su casa del Bajo Flores, siento que pulveriza mis argumentos e impone un sentido común nacional no necesariamente bueno, pero sí auténtico.
Algunas encuestas muestran que más del 65% de los argentinos quiere vivir en un "país estatal" y que la culpa de la inflación no la tienen las políticas económicas sino los empresarios.
Mi primo comulga con esas ideas provisionalmente mayoritarias. El "libre mercado" que impulsó con la fe de los conversos el peronismo de los noventa (más papista que el Papa) permitió tropelías empresarias y distorsiones económicas graves.
La recuperación después de 2001, para mi primo, está asociada a la intervención del nuevo Estado. Le explico con paciencia que esta bonanza es internacional y que hay países latinoamericanos conducidos por negligentes de toda laya e ideología que aún así son exitosos: cuando la ola te viene a favor hasta los inútiles se lucen. "Está bien -me replica-, pero la Alianza chocó la calesita, y la verdad es que los Kirchner todavía no volcaron. La pregunta que me querés hacer es si yo en octubre voy a votar a favor o contra de ellos, ¿no?"Acertaba.
La pregunta envenenada de la política actual consiste en saber cuánto rating tiene el cambio y cuánto, la continuidad. Está visto que una mayoría silenciosa es indiferente a avasallamientos republicanos, y que ve con buenos ojos al Estado y con sospecha a la iniciativa privada.
El kirchnerismo no nació de un repollo. Los Kirchner no son venusinos sino el resultado directo de un pensamiento muy arraigado en nuestra sociedad. Mi primo no está ideologizado, ni tiene una particular simpatía por los actuales gobernantes. Piensa que la inflación es nefasta, pero que por ahora está bajo control: "Con las paritarias yo voy recuperando lo perdido y por suerte la rueda del consumo nos mantiene a todos a flote".
¿La corrupción? "En todos los gobiernos hubo, hay y habrá". ¿La inseguridad? "Nadie tiene la fórmula para arreglar ese tema." ¿Entonces? "Ponete en mi lugar -me advierte-. Le saco la administración al kirchnerismo y se la doy a Ricardo Alfonsín.
¿A vos te parece? Darle un país dominado por la inflación y los sindicatos a un tipo que se apellida Alfonsín, y que además ni siquiera es el original. ¿Qué hago? Se la doy a Mauricio Macri. ¿Qué hizo este pibe, porque yo no veo una revolución en la ciudad? ¿Para qué se la doy? ¿Para que baje el dólar, frene al Estado y enfríe la economía? Escuché en la tele que así se frena la inflación. Me da frío en el pecho que se enfríe, te digo la verdad.
No sé. ¿Querés que le dé una oportunidad a Pino Solanas o a Elisa Carrió? Los votaría únicamente si supiera que no pueden ganar. Perdóname: yo a los kirchneristas no me los banco mucho, y no derramé una lágrima por Néstor. Estos son tan malos como todos los demás. Pero no me obligues a tener que elegir entre el chorizo y el chinchulín."
Comemos un asado. Hablamos del uso y abuso de la caja. "Billetera mata galán", me dice. Hablamos del voto cuota, del voto útil y del voto testimonial. Se encoge de hombros. Atesora la impresión de que este país no tiene arreglo y que la máxima aspiración es el corto plazo: se conforma con que las cosas no exploten. Nada más.
Cuando critico los negociados, la venalidad, el doble discurso, la lógica del enemigo permanente, el escaso apego por las instituciones, mi primo se echa a reír. "¿Sabes lo peor que les puede pasar a los críticos? -me pregunta; el malbec nos está haciendo efecto a los dos-. Que gane la oposición, que no la dejen gobernar, que la acosen con sindicatos y mafias, y que fracase. Y que al fracasar, vuelvan éstos con más fuerza que antes. Que vuelvan para quedarse. Para siempre."
Ahora nos reímos un poco. Le advierto dos cosas: la carne que comemos aumentó 400% desde hace 8 años, una foto no hace una película y en este país todo puede cambiar en un ratito.
No parece inquieto. Un náufrago sabe que puede volver a naufragar. ¿Para qué sufrir por anticipado?
http://www.lanacion.com.ar/1364459-el-kirchnerista-desganado
Jorge Fernández Díaz - LA NACION
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