miércoles, 23 de agosto de 2017
La Generación del 80
Los límites. Pudo comportarse como una aristocracia política con fuerte sentido patriótico y que gobernara para el conjunto, pero optó por ser una oligarquía y priorizar sus intereses sectoriales.
El 26 de julio de 1890 estalló la Revolución del Parque, así llamada por tener epicentro en el viejo Parque de Artillería ubicado en lo que es actualmente Plaza Lavalle, en la ciudad de Buenos Aires. Los revolucionarios eran en su mayoría jóvenes, entre quienes destacaban Leandro Alem, su sobrino Hipólito Yrigoyen, Aristóbulo del Valle, Francisco Barroetaveña, Marcelo T. de Alvear, que engrosarían luego las filas del radicalismo; también Lisandro de la Torre, que fundaría el Partido Demócrata Progresista, y quienes procedían de la militancia católica como José Manuel Estrada y Pedro Goyena. La revolución fue sofocada, pero la crisis política desatada provocó la renuncia del presidente Miguel Juárez Celman, quien fue reemplazado por el vice, Carlos Pellegrini.
Si bien a primera vista podría pensarse que la sublevación fracasó, mirado en perspectiva el alzamiento bien puede calificarse de revolucionario. No sólo por haber originado un recambio, aunque con límites, en los esquemas políticos vigentes, sino fundamentalmente por haber tornado visible las primeras grietas de un sistema que se considera sólidamente asentado, inaugurado con la primera presidencia de Julio A. Roca una década antes, a quien sucedió su concuñado, Juárez Celman. Las muchedumbres que engrosarían luego el radicalismo, que a simple vista desentonaban con el tono triunfal del sistema instaurado por la Generación de 1880, parecían indicar que no todos gozaban de ese esquema hasta entonces no cuestionado.
Y acaso la revolución no triunfó en 1890, un poco por la inexperiencia de los jóvenes que la protagonizaron ofrendando sus vidas en el Parque (hubo varios miles de muertos), pero también por la astucia de dos actores clave: el ya mencionado Roca y otro ex mandatario, Bartolomé Mitre. Esa juventud que había asomado a fines de 1889 con una reunión multitudinaria en el mítico Jardín Florida, alzando como banderas la lucha contra la corrupción, pero también el respeto por las autonomías provinciales y la modificación del sistema electoral para una mayor participación popular, en su lucha contra lo que llamaban despectivamente como "el Régimen", no atinó a encontrar otro liderazgo que no fuera el de Mitre, quien pronto demostraría en los hechos que lejos de las expectativas en torno a su figura, era parte del régimen cuestionado. A poco de conocer que la sublevación armada era inevitable, el vencedor de Pavón partió a Europa para no respaldar el movimiento con su presencia en Buenos Aires. Y a su regreso, pactó la continuidad del sistema nada menos que con su archienemigo, el general Roca.
Diez años antes de la Revolución del 90, se había consolidado en el poder la llamada Generación del 80, heredera de la generación previa, que con Mitre y Sarmiento había protagonizado la instauración liberal. Instauración no exenta de sublevaciones de los antiguos federales a lo largo de todo el país. Esas revueltas (las del Chacho Peñaloza, Felipe Varela, Ricardo López Jordán, entre otras) fueron sofocadas incluso recurriendo a la violencia, en una suerte de inversión de la visión sarmientina de "civilización o barbarie". Se fue así perfilando, siguiendo el clásico esquema de Aristóteles, una oligarquía política. Al caracterizar a esta generación, el historiador José María Rosa afirma: "La Argentina visible y audible que era 'todo el país' para los contertulios del club del Progreso y de los centros sociales provincianos, era apenas una parte de quienes habitaban la República: una clase de la sociedad, pero que se pensaba y sentía como la sociedad entera. La gente anónima que pastoreaba el ganado en el campo, laboraba en las ciudades los escasos productos permitidos por la libertad de comercio, o simplemente vegetaba en el ocio de las orillas, no pertenecía a la polis ni reclamaba otro derecho en ella que sostenerla como soldados de línea o vigilantes de facción."
Esa generación que bien pudo haber dirigido el país con visión de conjunto y apuntando al bien común e interés nacional, aceptó el rol pasivo que para la Argentina supuso ser el "granero del mundo", con ausencia de políticas industriales y confiando sólo en las bondades de nuestro suelo. Hubo matices, claro, como por ejemplo Carlos Pellegrini, que a través de la creación del Banco de la Nación Argentina intentó hacer de la Argentina algo distinto a mero exportador de materia prima. Pero su lucidez en este tema no fue más que la excepción a la regla. El deterioro en los términos del intercambio en materia económica se encargaría de darle la razón.
A modo de conclusión, podría señalarse que la llamada Generación del 80, que bien pudo haberse comportado como una aristocracia política, es decir un grupo de notables que con fuerte contenido patriótico gobernara no para sí misma sino para el conjunto de la sociedad argentina de entonces, optó por ser una oligarquía, gobernando en función de los intereses solo sectoriales. Aceptó dócilmente el rol asignado por los países industriales de entonces a nuestro país, como así también al conjunto de Sudamérica, en el esquema de división internacional del trabajo, de ser granja de Inglaterra, a cambio de cualquier producto manufacturado. Fue, en algún sentido, la contracara local de la élite política norteamericana que triunfó en la guerra civil de aquella nación y que se animó a llevar a cabo lo que el politólogo Marcelo Gullo describe como proceso de insubordinación fundante, esto es, la desobediencia conciente respecto de los cánones y dogmas de las potencias hegemónicas (por ejemplo el librecambio preconizado, pero no practicado fronteras adentro, por Gran Bretaña) y procurar el desarrollo económico autónomo que, en sus inicios al menos, requería de protección arancelaria e impulso estatal.
Pablo Yurman (*)
(*) Director del Centro de Estudios de Historia Constitucional Argentina "Dr. Sergio Diaz de Brito", Facultad de Derecho, UNR.
http://www.lacapital.com.ar/opinion/la-generacion-del-80-n1445308.html
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