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Departamento GRAL. LOPEZ

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miércoles, 1 de septiembre de 2010

EL HOMBRE AL QUE RETÓ RAÚL CASTRO

El 20 de Marzo de 1.991, el mayor Lorenzó realizó su primer y último vuelo en la variante BN del caza MIG-23, el más moderno en ese momento en servicio en la fuerza aérea Cubana. Nada más despegar, Orestes despistó a su pareja acompañante y se dirigió a toda velocidad y a muy baja altura hacia Florida. Solo 90 millas náuticas, unos 150 kilómetros separan Cuba de las costas Norteamericanas, apenas diez minutos de vuelo a la velocidad máxima que daba el caza a ras de mar. Ni los radares cubanos ni los norteamericanos detectaron el vuelo y la aproximación, de manera que el caza desertor solo fue visto prácticamente cuando aterrizó en la pista de la estación aeronaval de Boca Chica. El incidente supuso un serio aviso sobre la capacidad de los sistemas de alerta norteamericanos en la zona. Orestes solicitó asilo político en Norteamérica. Los militares Norteamericanos devolvieron a los Cubanos el MIG después de echarle un vistazo en profundidad. Para aquellas fechas ya habían examinado varios procedentes de la fuerza aérea Siria, y ya no era ninguna novedad para los técnicos de la fuerza aérea. Orestes, una vez superados los interrogatorios a los que fue sometido por los militares y la CIA, recibió el estatus de refugiado político.

La deserción de Orestes Lorenzo fue una bofetada en la cara del régimen Castrista. El mayor Lorenzo era uno de los pilotos de élite de la fuerza aérea. Veterano de la guerra de Angola, había realizado dos estancias de entrenamiento en la Unión Soviética. Fue durante la última de ellas, ya con la perestroika de Gorbachov en marcha, cuando Orestes empezó a cuestionar el régimen comunista y su vida en Cuba. En la Unión Soviética se empezaba a destapar el colapso del sistema y soplaban vientos de libertad. A su regreso empezó a planificar su deserción, con la esperanza de que una vez en Estados Unidos, su esposa, Victoria y sus dos hijos pudieran reunirse con él. Consiguió evadirse, pero cuando reclamó la salida de su familia de la isla, se topó con la negativa de Raúl Castro. El comandante de las fuerzas armadas no pensaba de ninguna manera permitir salir de Cuba a la familia de un militar de élite que había traicionado la confianza depositada en él y había puesto en ridículo al régimen.

Orestes recurrió a la comisión de derechos humanos de la ONU, sin resultado alguno. Coincidiendo con la cumbre Iberoamericana celebrada en Madrid en 1.992 con la presencia de Fidel Castro, realizó un acto de protesta encadenándose a la verja del retiro. La Reina Sofía, y Manuel Fraga, quién paradójicamente guardaba una buena relación personal con Castro, realizaron gestiones personales para lograr la salida de Victoria y los dos niños de Cuba. Incluso el asunto llegó hasta el despacho de Mijaíl Gorvachóv.

Todo ello fue infructuoso. Raúl Castro, a través de una ayudante personal le hizo llegar la respuesta a Victoria: "Dígale a su marido si tiene cojones de venir él en persona a buscarles".

Orestes, al comprender que su familia nunca conseguiría salir de Cuba por medios convencionales, empezó a urdir un plan arriesgado.

Consiguió la licencia de piloto deportivo en poco tiempo, y con unos 30.000 dólares prestados por una organización humanitaria de exiliados cubanos, adquirió una vieja avioneta bimotor, una Cessna 310 con treinta años de antigüedad, pero con el certificado de aeronavegabilidad (la I.T.V de los aviones) en regla.

A través de un par de amigas Mexicanas que viajaron a Cuba, hizo llegar a su familia la cita del lugar y la hora donde debían esperar el rescate que había puesto en marcha.

El día elegido, el 19 de Diciembre, a las cinco de la tarde, despegó desde un pequeño aeroclub cercano a Miami, advirtiendo de que si no regresaba en el plazo de un par de horas, le diesen por muerto.

Voló hacia el punto de reunión, algo menos de cincuenta minutos a no más de tres metros de altura sobre las olas del estrecho de Florida con los gases abiertos a tope.

Hasta el más minucioso plan no está libre de imprevistos. El punto de reunión elegido para aterrizar y recoger a la familia era la carretera de Matanzas a Varadero, a unos 150 kilómetros al este de la Habana, un lugar normalmente tranquilo que Orestes conocía bien, pero que en el momento en que el avión inició la apresurada maniobra de aterrizaje registraba un tráfico rodado inusual. Durante el aterrizaje, el pequeño aparato tuvo que esquivar un coche conducido por un atónito paisano, y cuando finalizó el aterrizaje quedó a menos de ocho metros de un autobús cargado de turistas boquiabiertos. Orestes giró rápidamente cola, abrió la portezuela de la Cessna, empujó a los asombrados niños y a su mujer dentro del aparato y despegó a toda potencia. La maniobra llevó tres minutos escasos, y cincuenta minutos más tarde, aterrizaban de vuelta en Florida.

El revuelo que causó la hazaña de Orestes fue tremendo, en la primera rueda de prensa dijo: "Díganle a Raúl Castro que le he tomado la palabra, y he ido personalmente a recoger a mi familia".

Toda una odisea que parece sacada de una producción de Hollywood, pero que sucedió realmente, y que pone en cuestión la solidez de las fronteras cuando alguien tiene la voluntad suficiente de superarlas.

Y desde aquí mi homenaje y mi respeto a todos los que están encerrados en cualquier parte del mundo, únicamente por el grave "delito" de opinar de forma diferente.

Seguramente con el paso del tiempo, olvidaremos el nombre de Orlando Zapata, olvidaremos su rostro.

Pero lo que no olvidaremos será el nombre y el rostro de los que le encerraron, le humillaron, le maltrataron y finalmente le aniquilaron, es imposible olvidar tanta infamia.
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