La familia lingüística mataca, conocida como Mataco-Maccá agrupa a los Matacos (wichis), Chorotís, Ashluslay y Maccáes. Según Imbelloni, también los Noctenes Vejoces y Mataguayos .
En el siglo pasado, las aldeas matacas, se encontraban situadas sobre todo a lo largo de los ríos Pilcomayo, Bermejo y Teuco, Yegua y Vega Quemada.
Si lo comparamos con lo Guaycurúes, en la estatura y en la complexión físicas, son más bajitos, rechonchos y tienen las piernas más cortas. Los hábitos de los Matacos eran muy similares a la de sus vecinos Guaycurúes.
Su constitución familiar era nuclear, de carácter monogámico. Cada parcialidad tenía su territorio de caza que era de propiedad colectiva.
Las parcialidades estaban integradas por un número muy grande de familias a cuyo frente estaba un cacique de autoridad relativa.
Estos aborígenes construían chozas cupulares hemisféricas de planta circular, cuyas dimensiones eran de 2 a 3 metros de diámetro.
Los muebles tales como conocemos hoy no existían, pues el mobiliario se limitaba a pieles colocadas desordenadamente en el piso y que servían de cama. Se entremezclaban las bolsas de fibra de caraguatá para el transporte, con los platos de madera y ollas de barro para la comida.
Se dedicaban especialmente a la caza, recolección y pesca, también eran expertos tejedores, utilizaban la fibra de caraguatá, con la que fabricaban bolsas para la recolección. De esta artesanía proceden las actuales “yicas”, incorporadas a la moda femenina de las grandes ciudades.
No practicaron mucho la técnica del cultivo, por lo tanto sus huertas no abundaban en especies vegetales.
El cultivo preferido era el de zapallos pequeños. Como instrumento de labranza (cultivo de los campos o tierras de labor) utilizaban una pala de madera con forma de remo.
Ese elemento servía, así mismo, para sacudir los frutos de las palmeras. Cuando elegían un terreno se lo rodeaba con un cerco de árboles y ramas espinosas para evitar que los animales dañinos y golosos acabaran con los sembrados.
Debido a la gran variedad de frutos silvestres que crecen en la región chaqueña durante las distintas estaciones del año, nuestros aborígenes eran dueños de un verdadero calendario alimentario. Comenzando con la algarroba, que madura de noviembre a febrero, siguiendo con los porotos del monte, el tasi y los higos de tunas, todos ellos son de fines de verano, luego realizaban una actividad distinta pero también relacionada con la alimentación: la pesca intensiva. Ésta tenía lugar en los meses de abril y junio. La pesca en relación con la algarroba proporcionaban los mejores alimentos de todo el año.
Gracias al hábito de guardar reservas alimenticias principales, sumado a lo que diariamente se cazaba y se cosechaba o recolectaba, estos indígenas no pasaban privaciones. La miel era uno de sus manjares preferidos, podían clasificar 16 tipos diferentes, según fuera la especie de la flor de donde las abejas extraían el néctar.
Como instrumentos musicales utilizaban el tambor, pequeños sonajeros de calabazas, sonajeros de pezuñas de ciervos, flautas de cañas, etc.
En religión se ha indicado la existencia de un Ser Supremo, algo dudoso. Sin embargo, reconocen una serie de dioses, buenos y malos, a los que llaman aittah. Al principal de ellos le llamaban Aittathtalac, “el viejo”, el cual estaba representado en el cielo por las Pléyades. Los ahots son espíritus malos, que moran en los cementerios.
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