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Departamento GRAL. LOPEZ

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lunes, 20 de diciembre de 2010

Qué significa ser progresista

Según el conocido criterio de Norberto Bobbio, lo que diferencia a la izquierda de la derecha es "la diferente actitud que asumen los hombres que viven en sociedad frente al ideal de la igualdad". Pero como en los tiempos actuales la problemática de la igualdad se ha incorporado a todos los discursos políticos –incluyendo los organismos internacionales como el Banco Mundial o el BID– pareciera necesario buscar otros signos o elementos de diferenciación. Según veremos a continuación, el extendido uso del adjetivo "progresista" como sustituto de la palabra "izquierda" deja también el problema sin resolver.

Para algunos politólogos (Mastropaolo), la izquierda se define actualmente por sus preferencias por el progreso y el cambio. De esta manera, los progresistas de hoy serían la izquierda reciclada del pasado, que habiendo abandonado la hipótesis de una sustitución radical del capitalismo, aboga por iniciativas más mesuradas, que pasan por combatir la pobreza, reducir la desigualdad social, mejorar el empleo, la salud y la educación y conseguir un mayor grado de inserción de los países periféricos en los escenarios mundiales.

Sin embargo, como son pocas las personas o grupos políticos de nuestro entorno que estén en contra de estos ideales progresistas, pareciera ser necesario encontrar algunos criterios de verdad que nos permitan una aproximación más rigurosa a fin de orientarnos entre las brumas ideológicas del presente. Recuperando una vieja advertencia de Marx, lo primero que habría que hacer es juzgar a los grupos políticos o los gobiernos como a las personas, es decir, no por lo que dicen de sí mismas sino por lo que hacen en su práctica concreta.

Por consiguiente, una mirada objetiva debe estar dirigida a observar en qué medida las acciones de un gobierno están dotadas de eficacia para alcanzar las aspiraciones de las clases medias y los sectores populares que desean una calidad de vida más satisfactoria. Desde esta perspectiva, desechando por poco realistas las hipótesis de un cambio radical sistémico, debemos apuntar a la eficiencia de los instrumentos de que se han dotado las democracias modernas para impulsar el cambio social desde una acción reformista. Esas herramientas estratégicas son el aparato administrativo del Estado y el sistema impositivo.

Así, por ejemplo, si queremos que llegue a todos los ciudadanos un servicio universal de salud y educación en condiciones de calidad, las herramientas con las que cuentan los gobiernos democráticos son esencialmente dos: por un lado, un modo racional de obtener recursos a través de un sistema impositivo que permita una transferencia de ingresos desde los sectores más favorecidos al Estado como modo de financiar esas actividades y, en segundo lugar, cuando esos servicios públicos se prestan a través del Estado, contar con una administración pública profesionalizada que garantice la calidad del servicio ofrecido.

Si un gobierno, en vez de afrontar el desafío de la profesionalización de la administración del Estado, lo convierte en reservorio de clientelas electorales y usa el aparato estatal en forma desaprensiva para cubrir fines partidarios, estamos muy alejados de un perfil progresista. No existe hipocresía política mayor que proclamar enfáticamente la defensa del rol del Estado y luego deslegitimar su actuación al usarlo para favorecer a amigos y partidarios. Del mismo modo, el fenómeno de la corrupción, que tanto desprestigio causa a la democracia, está siempre inextricablemente unido al uso desviado del poder para favorecer a un capitalismo de amigos.

En lo que se refiere al sistema impositivo, un modelo moderno se basa en una recaudación considerable y eficiente de impuestos directos, evitando los atajos distorsivos y el acento en los impuestos indirectos como el IVA. En este sentido, los especialistas denuncian la especial anomalía argentina, que descansa en un IVA sobreelevado, impuestos que penalizan los depósitos bancarios y retenciones a las exportaciones que los países de nuestro entorno no contemplan.

En definitiva, para situar a una fuerza política o a un gobierno en la izquierda o la derecha, en el progreso o en la senda conservadora, debemos atender a las realizaciones efectivas más que a las definiciones abstractas o las denominaciones que se agitan como banderas de conveniencia. Argentina no emprenderá una vía de progreso hasta que no aborde una reforma fiscal y blinde a la administración del Estado del clientelismo desaprensivo que se practica desde nuestro anacrónico modelo monárquico-presidencialista. Estas tareas inconclusas marcan el verdadero perfil conservador de nuestro peculiar "modelo" vernáculo.

(*) Abogado y periodista

ALEARDO F. LARÍA (*)

14/09/2010

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