La nota que se publica aquí fue seleccionada en el Certamen Nacional “Periodistas por un día”, que organizan el Programa Escuela y Medios del Ministerio de Educación de la Nación y la Asociación de Editores de Diarios de Buenos Aires (Aedba).
“Fui víctima del bullying durante muchos años, desde la primaria. Me sentía molestada, ofendida, despreciada por mis propios compañeros. Cuando era muy chica tuve parálisis cerebral, que me dejó secuelas. Por eso tengo dificultad para caminar”, recuerda Yas, estudiante de una escuela media de la ciudad de Buenos Aires. ¿Qué es el bullying? Esta palabra en inglés se generalizó para designar un fenómeno bastante común entre los estudiantes: el acoso y el maltrato. Es un maltrato que una víctima recibe de un victimario, que cruelmente cumple con el objetivo de asustarlo y someterlo con burlas y agresiones de distinto tipo. Esto provoca la exclusión social del agredido.
El bullying, acción bastante común en las escuelas primarias y secundarias, es “un comportamiento prolongado de insulto verbal, rechazo social, intimidación psicológica o agresión física de uno o unos niños hacia otro que se convierte en víctima”, dice María Zysman, psicopedagoga del equipo Bullying Cero Argentina.
No todo acto agresivo entra en la categoría de bullying. Para que se cumplan se tienen que dar una serie de condiciones:
- Una víctima, casi siempre indefensa, que es objeto de ataques reiterados de parte de uno o varios compañeros.
- Desigualdad de poder, ya que siempre hay un “fuerte” que se impone a un “débil”.
- Repetición: el acto agresivo se reitera, sucede durante un tiempo largo y de forma reiterada.
El bullying puede manifestarse de diferentes maneras, o sea que existen diversos tipos de acoso:
- Físico: “Lo golpeaba en la cabeza cada vez que no me convidaba golosinas” –dice Mariano, de 15 años–. Yo era chico y tenía un tío joven que me decía que los hombres tienen que hacerse valer por la fuerza. Le creía porque era mi tío y era más grande que yo. El era mi modelo y entonces yo agarraba a alguien de punto. A este pibe lo tenía loco. Le quitaba todo lo que se compraba: chicles, caramelos. Si no, lo golpeaba.”
- Verbal: “Cuando estaba en 4o grado mi mamá me llevó al oculista porque no veía bien. La maestra me había sentado en el primer banco y me cargaban porque era alta. El oculista me recetó anteojos. El día que los tuve, fui recontenta al colegio porque ahora me iba a sentar atrás. Pero cuando me vieron me empezaron a gritar ‘Cuatro ojos, ahí viene la Cuatro ojos’ y cosas así. Me sacaba los anteojos y no veía, y si me los ponía se burlaban de mí”, cuenta Gladis, de 15 años.
- Psicológico: “Yo traigo plata y me compro algo en el buffet, todos los días. Vienen los de 4o y me rodean para sacarme lo que compré. A mí me da mucho miedo.” (Testimonio de Alan, 13 años.)
- Social: “Te cuento que yo iba a una escuela de Fuerte Apache, en la EGB. Ahí a todos nos gustaba la cumbia, la cumbia villera, ¿viste? Cuando terminé la EGB mi vieja quiso que me pasara al lado de Capital para terminar la secundaria. Fui a una escuela de Devoto. Como me gustaba la cumbia me empezaron a decir ‘villera’ y cosas peores. No podía soportarlo, pero no quería contarle a mi vieja para que no se armara lío.” (Romina, 15 años).
El acoso escolar es una forma más de discriminación, fenómeno muy extendido en la sociedad actual. Según María José Lubertino, titular del Inadi, en la ciudad de Buenos Aires más del 30 por ciento de las personas entrevistadas señala haber vivido situaciones de discriminación.
El acoso escolar no es nuevo. Existió desde siempre. En la época de nuestros abuelos, según nos cuentan ellos, las “cargadas” se hacían casi en secreto. “Siempre se tomaba a uno de punto, al narigón, al gordo, al muy alto, o al muy bajito, pero esto tenía poca carga agresiva, era más bien motivo de risa y ahí quedaba”, recuerda un abuelo.
En la actualidad, según cuenta el investigador Rolando Martiñá, “el bullying se hace público. No cualquiera es acosador y no cualquiera es el acosado, aunque sí cualquiera puede ser espectador. El bullying –explica Martiñá– cuenta con espectadores que suelen formar parte de un grupo acosador o que simplemente ‘disfrutan’ del espectáculo. A veces tratan de asociarse con el acosador para “compartir’ su poder y, a través de él, llegar a hacer algo que quizá deseen pero no se animan a concretar.
“Yo no digo nada cuando veo que joden a alguien... A veces porque tengo miedo y otras veces porque me río de lo que pasa. Y, sí, lo disfruto un poco –dice Darío, de 14 años–. Un día cuando salía de la escuela vi que había bardo en la esquina. Corrí como hacen todos los chabones. A uno le estaban dando con todo. Se burlaban porque su equipo de fútbol nunca ganaba. Siempre lo cargaban, pero ese día parece que él quiso defenderse y se la dieron mal. Yo me quedé mirando hasta que vino alguien de la escuela y todos salimos corriendo.”
Los agresores se sienten superiores a sus víctimas, por eso les imponen el maltrato. “Por lo general, proyectan en el otro sus propios problemas”, dice la psicológica Susana Ruettinger. “Las víctimas –explica– son en su mayoría retraídas, solitarias, casi nunca se defienden y, lo que es peor, no se lo cuentan a nadie por temor. Seguramente están pasando por un mal momento. Es una situación de discriminación social.”
“Yo permitía el maltrato porque mi mamá me había enseñado que no se pegaba a los compañeros. Entonces no me defendía”, cuenta Yas, alumna secundaria.
¿Por qué se produce el acoso escolar? ¿Cuáles son los motivos que llevan a uno o varios adolescentes a agredir reiteradamente a un compañero y “a tomarlo de punto”? ¿Cuáles son esas huellas que marcan al adolescente agresor? “En realidad, son personas que sufren”, dice la psicóloga social Liliana Bearzi. Muchas veces se trata de situaciones de violencia a nivel familiar que determinan que el adolescente, en este caso víctima en su casa, sienta la necesidad de “desquitarse”, de pasar de víctima a victimario. Entonces, se las toma con otro para mostrarse superior. El investigador José María Avilés Martínez explica que, algunas veces, un alumno que reiteradamente fracasa como estudiante puede sentir la urgencia de sobresalir en algo y elige la agresión a un indefenso como forma de mostrarse superior.
“Yo en primero era un burro, bah, no estudiaba nada. Repetí y me sentí remal porque estaba con los que venían de 7. Me las agarraba con dos pibas retragas. Empecé a cargarlas, a decirles de todo, hasta las hacía llorar”, recuerda Alcides, de 17 años.
Por otro lado, a menudo la escuela no proporciona suficiente contención como para evitar estas situaciones o asumirlas y remediarlas cuando se producen.
Los medios de comunicación tienen también su responsabilidad en esto conflictos. El Plan Nacional contra la Discriminación explica que “la imagen de los jóvenes que van construyendo los medios en su conjunto es francamente discriminatoria de sus capacidades. Esta situación puede llevar a acciones de violencia entre los espectadores adolescentes, que imitan modelos donde los ‘mejores’ se imponen a los ‘inferiores’ por el solo hecho de su poder. No se toman en cuenta las capacidades de cada uno; sólo se trata del ejercicio del poder sobre las víctimas”.
¿Qué hacer para enfrentar estas situaciones de acoso en la escuela? ¿Qué hacer para evitarlas? La psicóloga Bearzi propone la creación de espacios de la escuela en los que se dé lugar a la palabra de cada integrante, espacios en los que no sólo se acepten las diferencias sino en las que también se respeten y crear condiciones tales que los chicos no tengan la necesidad de agredir a otros para “sentirse bien”.
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