Muchos colonizadores y compañías
constituidas para el efecto, se transformaban a cada paso en mercaderes
leoninos de la tierra y explotadores del inmigrante.
Los inmigrantes, con amor por la
agricultura, terminaban siendo labradores abundantes, sujetos a contratos de un
año o dos de duración, en condiciones totalmente desfavorables. En muchos casos
debieron iniciarse como peones o jornaleros, suerte similar a la de muchos
nativos.
El inmigrante
Podemos caracterizarlos en tres
grandes grupos: el inmigrante "golondrina", generalmente abocado al
trabajo temporal con pretensiones de caminar hacia otro destino o retornar cada
año a su patria. El que vino a lograr la fortuna o a "hacer la
América" para luego regresar a su tierra, acto que excepcionalmente se
pudo dar. Y, finalmente, aquel que llegó con la intención de arraigarse para
luego traer a su familia. Casi todos se quedaron en nuestro suelo.
Situación en el año 1910
La tierra pública se había repartido
indiscriminadamente en un elevado porcentaje. Se habían hecho grandes
donaciones a civiles y militares y se habían vendido enormes extensiones de
tierra a precios ínfimos, adquiridas por empresas colonizadoras y
terratenientes.
Los contratos de arrendamiento
De aquellos años son los contratos
que fiscalizaban al arrendatario, subarrendatario o aparcero el número de
caballos, perros y gallinas; hasta los caminos que debía transitar. Toda esta miseria
estaba reflejada en las viviendas ranchos que nunca se vieron nuevos, como si
tradujeran su estampa de barro y chapas viejas, los dramas que albergaban.
Esos contratos de arrendamiento
constituyen un documento para la historia de la colonización argentina. Allí
hay suficientes elementos de juicio para conocer y juzgar la forma en que se
esclavizaba al agricultor en los grandes latifundios.
Se imponía al locatario, tremendos
deberes que eran trampas jurídicas para poder desalojarlo del predio en cualquier
momento y época del año agrícola, anulando plazos pre-establecidos de común
acuerdo, más los derechos inherentes a las partes, dentro del contrato firmado.
Se prohibía al agricultor ejercer
elementales derechos consagrados por la Constitución Nacional, como ser la
libertad de asociarse con fines lícitos, de defensa de los intereses
individuales y de sector; el derecho a la huelga o a cualquier otra causa que
se considerase perjudicial a los intereses del locador, obligando al agricultor
a reconocer el derecho de desalojarlo de la chacra que ocupare y de la colonia;
el arrendatario se comprometía a acatar la resolución sin protesta, ni oponerse
en ninguna forma, quedando además obligado a abonar los daños y perjuicios que
en cualquier caso le hubiere ocasionado.
Otros, de locación, impuestos por
subarrendadores con casas de ramos generales, obligaban al agricultor
arrendatario o aparcero de su colonia, a venderles la producción agrícola,
comprarles los insumos, trillar o desgranar con la máquina que indicaran,
etc.
Situación en 1911: se agrava
La cosecha de maíz 1910-1911 fue
sumamente escasa. Las sementeras de lino también dieron un bajo rendimiento.
Los precios promedio de ventas obtenidos en Buenos Aires y correspondientes a
trigo, maíz y lino, estaban muy por encima de los obtenidos por los productores
en el momento de las ventas y en el lugar de producción.
Liquidada la cosecha de aquel año
agrícola, la mayoría de los agricultores no alcanzó a cubrir los gastos
pertenecientes al mismo ciclo.
A pesar de tan calamitosa situación,
los terratenientes y los subarrendadores de tierras imponían nuevos aumentos a
sus locatarios, lo mismo en el arrendamiento que en las aparcerías, acompañado
siempre con la amenaza de desalojo.
El miedo al patrón del campo y a sus
administradores iba desapareciendo. También iba perdiendo terreno el
individualismo que predominaba en el hombre de campo, un elemento negativo en
el ser humano que lo hace insociable y displicente a toda manifestación de
solidaridad. Se iba superando, a la vez, la barrera del silencio frente al
enemigo; la rebeldía interna se transformaba en expresiones de protesta de
justificado desahogo.
Los acontecimientos del año 1912
Fue en la zona agrícola de la
provincia de Santa Fe, la denominada maizera, donde se desarrolló el más
importante movimiento agrario. Allí, entre las localidades de Alcorta y Bigand,
era donde existían los mas graves problemas y se venía gestando el más grande
acto de protesta contra los latifundistas y los expoliadores intermediarios.
En el distrito de Alcorta, había un
latifundio de 17.500 cuadras denominado "La Adela", dividido en tres
secciones: "La Vanguardia", "Santa Catalina" y "Los
Leones", totalmente dedicado a la agricultura, con cultivo d4e maíz y
lino. Había un total de 211 familias, con igual cantidad de explotaciones
agrícolas. Se pagaba en arrendamiento el 34 % de la producción, trillado,
embolsado en bolsas nuevas y puesto en estación. El total de dicha superficie
estaba arrendado a la firma Genoud, Benvenutto, Martelli y Cia.; con negocio de
ramos generales en Alcorta. Los agricultores tenían la obligación de comprarles
todo lo que necesitaban para el consumo y la explotación del predio; venderles
la producción; trillar y desgranar con las máquinas de su propiedad o la que
ellos -los subarrendadores- indicaran; asegurar las sementeras contra el
granizo en la compañía que la firma comercial representara y otras imposiciones
similares. La duración del contrato era por un año, salvo raras excepciones.
En Bigand, los puntos de reunión eran: en
la escuela Rural, situada en la colonia "La Sepultura" y en local de
un boliche ubicado frente a la mencionada escuela, que se denominaba
"Garufa".
Allí se fue incubando la rebelión
agraria que abría de estallar en el mes de junio.
En Alcorta, las reuniones se
celebraban preferentemente en la chacra de Francisco Bulzani; en la casa
parroquial -con la presencia del Cura Párroco, Pbro. José Netri; en la Sociedad
Italiana las de mayor concurrencia y también en el almacén de ramos generales
del señor Ángel Bujarrabal, quien prestó amplio apoyo al movimiento.
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