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Departamento GRAL. LOPEZ

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sábado, 23 de junio de 2012

EL GRITO DE ALCORTA: SITUACIONES PREVIAS



  Muchos colonizadores y compañías constituidas para el efecto, se transformaban a cada paso en mercaderes leoninos de la tierra y explotadores del inmigrante.
 Los inmigrantes, con amor por la agricultura, terminaban siendo labradores abundantes, sujetos a contratos de un año o dos de duración, en condiciones totalmente desfavorables. En muchos casos debieron iniciarse como peones o jornaleros, suerte similar a la de muchos nativos.

El inmigrante

 Podemos caracterizarlos en tres grandes grupos: el inmigrante "golondrina", generalmente abocado al trabajo temporal con pretensiones de caminar hacia otro destino o retornar cada año a su patria. El que vino a lograr la fortuna o a "hacer la América" para luego regresar a su tierra, acto que excepcionalmente se pudo dar. Y, finalmente, aquel que llegó con la intención de arraigarse para luego traer a su familia. Casi todos se quedaron en nuestro suelo.

Situación en el año 1910

 La tierra pública se había repartido indiscriminadamente en un elevado porcentaje. Se habían hecho grandes donaciones a civiles y militares y se habían vendido enormes extensiones de tierra a precios ínfimos, adquiridas por empresas colonizadoras y terratenientes.

Los contratos de arrendamiento

 De aquellos años son los contratos que fiscalizaban al arrendatario, subarrendatario o aparcero el número de caballos, perros y gallinas; hasta los caminos que debía transitar. Toda esta miseria estaba reflejada en las viviendas ranchos que nunca se vieron nuevos, como si tradujeran su estampa de barro y chapas viejas, los dramas que albergaban.
 Esos contratos de arrendamiento constituyen un documento para la historia de la colonización argentina. Allí hay suficientes elementos de juicio para conocer y juzgar la forma en que se esclavizaba al agricultor en los grandes latifundios.
 Se imponía al locatario, tremendos deberes que eran trampas jurídicas para poder desalojarlo del predio en cualquier momento y época del año agrícola, anulando plazos pre-establecidos de común acuerdo, más los derechos inherentes a las partes, dentro del contrato firmado.
 Se prohibía al agricultor ejercer elementales derechos consagrados por la Constitución Nacional, como ser la libertad de asociarse con fines lícitos, de defensa de los intereses individuales y de sector; el derecho a la huelga o a cualquier otra causa que se considerase perjudicial a los intereses del locador, obligando al agricultor a reconocer el derecho de desalojarlo de la chacra que ocupare y de la colonia; el arrendatario se comprometía a acatar la resolución sin protesta, ni oponerse en ninguna forma, quedando además obligado a abonar los daños y perjuicios que en cualquier caso le hubiere ocasionado.
 Otros, de locación, impuestos por subarrendadores con casas de ramos generales, obligaban al agricultor arrendatario o aparcero de su colonia, a venderles la producción agrícola, comprarles los insumos, trillar o desgranar con la máquina que indicaran, etc. 

Situación en 1911: se agrava

 La cosecha de maíz 1910-1911 fue sumamente escasa. Las sementeras de lino también dieron un bajo rendimiento. Los precios promedio de ventas obtenidos en Buenos Aires y correspondientes a trigo, maíz y lino, estaban muy por encima de los obtenidos por los productores en el momento de las ventas y en el lugar de producción. 
 Liquidada la cosecha de aquel año agrícola, la mayoría de los agricultores no alcanzó a cubrir los gastos pertenecientes al mismo ciclo.
 A pesar de tan calamitosa situación, los terratenientes y los subarrendadores de tierras imponían nuevos aumentos a sus locatarios, lo mismo en el arrendamiento que en las aparcerías, acompañado siempre con la amenaza de desalojo.
 El miedo al patrón del campo y a sus administradores iba desapareciendo. También iba perdiendo terreno el individualismo que predominaba en el hombre de campo, un elemento negativo en el ser humano que lo hace insociable y displicente a toda manifestación de solidaridad. Se iba superando, a la vez, la barrera del silencio frente al enemigo; la rebeldía interna se transformaba en expresiones de protesta de justificado desahogo.

Los acontecimientos del año 1912

 Fue en la zona agrícola de la provincia de Santa Fe, la denominada maizera, donde se desarrolló el más importante movimiento agrario. Allí, entre las localidades de Alcorta y Bigand, era donde existían los mas graves problemas y se venía gestando el más grande acto de protesta contra los latifundistas y los expoliadores intermediarios.
 En el distrito de Alcorta, había un latifundio de 17.500 cuadras denominado "La Adela", dividido en tres secciones: "La Vanguardia", "Santa Catalina" y "Los Leones", totalmente dedicado a la agricultura, con cultivo d4e maíz y lino. Había un total de 211 familias, con igual cantidad de explotaciones agrícolas. Se pagaba en arrendamiento el 34 % de la producción, trillado, embolsado en bolsas nuevas y puesto en estación. El total de dicha superficie estaba arrendado a la firma Genoud, Benvenutto, Martelli y Cia.; con negocio de ramos generales en Alcorta. Los agricultores tenían la obligación de comprarles todo lo que necesitaban para el consumo y la explotación del predio; venderles la producción; trillar y desgranar con las máquinas de su propiedad o la que ellos -los subarrendadores- indicaran; asegurar las sementeras contra el granizo en la compañía que la firma comercial representara y otras imposiciones similares. La duración del contrato era por un año, salvo raras excepciones.
En Bigand, los puntos de reunión eran: en la escuela Rural, situada en la colonia "La Sepultura" y en local de un boliche ubicado frente a la mencionada escuela, que se denominaba "Garufa". 
 Allí se fue incubando la rebelión agraria que abría de estallar en el mes de junio.
 En Alcorta, las reuniones se celebraban preferentemente en la chacra de Francisco Bulzani; en la casa parroquial -con la presencia del Cura Párroco, Pbro. José Netri; en la Sociedad Italiana las de mayor concurrencia y también en el almacén de ramos generales del señor Ángel Bujarrabal, quien prestó amplio apoyo al movimiento.

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