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Departamento GRAL. LOPEZ

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viernes, 10 de mayo de 2013

LOS TRES MONOS SABIOS: no ver, no oír, no decir

Los tres monos japoneses, también conocidos por los tres monos sabios o tres monos místicos están representados en una escultura de madera que realizó el japonés Hidari Jingoro en el siglo XVI y está situada en el santuario de Toshogu. 




Esos tres monos tienen tres nombres: Mizaru, Kikazaru e Iwazaru, es decir, no ver, no oír, no decir.

* Kikazaru: representado como el mono sordo, era el encargado de utilizar el sentido de la vista para observar a todo aquel que realizaba malas acciones para transmitírselo a Mizaru mediante la voz.

* Mizaru: era el mono ciego. No necesitaba su sentido de la vista, puesto que se encargaba de llevar los mensajes que le contaba Kikazaru hasta el tercer mono, Iwazaru.

* Iwazaru: el tercero de los tres monos era el mono mudo, Iwazaru, que escuchaba los mensajes transmitidos por Mizaru para decidir la pena de los dioses que le caería al desafortunado y observar que se cumpliese.

Siempre se pensó que venía a significar ‘no ver el Mal’, ‘no escuchar el Mal’ y ‘no decir el Mal´. Lo cierto es que su origen procedía de la traducción del código moral chino del ‘santai’, la filosofía que promulgaba el uso de los tres sentidos en la observación cercana del mundo que se podía observar. Y, posteriormente, este código moral se vinculó con los tres monos.

Pero el significado del tema de los tres monos es complejo y muy diverso. Para algunos estaban relacionados con el mencionado código filosófico y moral. Pero para el pueblo era rendirse al sistema, un código de conducta que recomendaba la prudencia de no ver ni oír la injusticia, ni expresar la propia insatisfacción, sentido que perdura todavía en la actualidad. Pero también había otra interpretación que señalaba que en el origen los monos eran espías enviados por los dioses para enterarse de las malas acciones de los hombres. La representación del ciego, sordo y mudo era un medio mágico de defensa contra dicho espionaje.

Dejando a un lado la tercera interpretación que quedaría un poco obsoleta y especialmente reservada para aquellos que siguen excusando todos los acontecimientos que no pueden entender en recursos divinos y poco creíbles, nos quedarían dos opciones. La primera, ideada y proyectada por los filósofos, se supone que totalmente analizada, estudiada y meditada, podría ser válida aunque tendría un pequeño inconveniente, y es que la mayoría de las personas no llegarían a entenderla, y no digamos ya dentro de la época sobre la que estamos hablando. Si extrapolamos esta teoría a nuestros días, la segunda opción, la que fue ideada por el pueblo y por la masa escasamente docta e ilustrada, podría ser considerada como realmente apta para entender mínimamente el significado de dicha obra. Al menos si la adaptamos a nuestros propios acontecimientos cotidianos.

Cuando suceden cosas extrañas, incomprensibles, indignantes, el pueblo generalmente tiene varias opciones con las que puede reaccionar; o bien rebelarse y protestar, o bien rebelarse y revolucionar el estado establecido para provocar un gran cambio (podría ser también decir ¡basta!), o bien una tercera que sería algo más pusilánime, práctica y por qué no decirlo, resignada, y que supondría la reacción de no ver ni oír la injusticia, ni expresar la propia insatisfacción. Ese sentimiento de resignación queda reflejado en algunos aspectos de la sociedad actual. Ya da igual que ocurran cosas impactantes, por bochornosas, por carecer de un mínimo de vergüenza, de una injusticia aplastante, de una denigrante naturalidad que se va apoderando de las circunstancias que nos rodean. Ya da igual que algunos personajes se rían de todos nosotros justo en frente de nuestra cara, que carezcamos de estímulos necesarios para reaccionar de una manera digna, de una manera solvente y fiable. Ya da igual que no tengamos recursos con los que luchar, o que eso creamos.

Cuando suceden cosas de ese tipo, tan tremendamente denunciables, cuando la mayoría siente tanta indignación, la reacción de los tres monos nos sabe a poco. Reaccionar sin querer oír, sin querer ver y sin querer hablar no lleva a ninguna salida, ni siquiera a ninguna solución. Podemos rendirnos ante las evidencias, tristes, cierto es, pero reales. Las sucesiones de acontecimientos tan inverosímiles, fuera de juego dentro de una sociedad que se llama moderna y democrática, aunque ya poca gente se lo crea, evidencian la falta de recursos de los ‘tres monos’ (podríamos ser los ciudadanos) ante tales desfachateces.



Podemos taparnos los ojos y no querer ver la injusticia cotidiana, la sinrazón que aumenta día a día. Podemos taparnos los oídos para no escuchar las mentiras, las falsas declaraciones de buenas intenciones, las promesas incumplidas. Podemos taparnos la boca y no emitir ningún sonido, no soltar ni una palabra. Podemos considerar ese silencio como una protesta pacífica ante lo que debería ser un grito unánime y descarado. Podríamos reaccionar así y, de hecho, parece que lo estamos haciendo. No vemos, no oímos y no hablamos. Tímidas y leves respuestas ante la verdadera tomadura de pelo que nos rodea y que se merece una hilera de respuestas contundentes por nuestra parte.

Detectamos fácilmente cuando alguien nos miente, cuando nos toma el pelo o cuando nos está envolviendo. Lo detectamos  ya que estamos acostumbrados a vivirlo en nuestras propias carnes. Sin embargo, a pesar de que lo decimos, nos quejamos, lo denunciamos a grito partido, no reaccionamos. Parece que disfrutemos con la sensación de ser engañados, con la sensación de ser tomados por estúpidos y verdaderos giles. No reaccionamos pero seguimos quejándonos. Por lo menos, damos la sensación de habernos dado cuenta del engaño y no queremos que la gente nos tome por giles, aunque lamentablemente lo seamos. El nivel de masoquismo enquistado en nuestros genes es superior al que creíamos en un principio.

Cuando la reacción se transforma en acción pasiva, aquel que nos engaña se frota las manos, mira para otro lado y piensa que tiene el camino abonado para continuar con sus tretas. Cuando nuestra reacción es pasiva alimentamos las ganas de seguir produciendo daños y perjuicios a toda esa banda de desalmados que nos rodean cada vez más. Cuando no reaccionamos ya no sólo aparecemos como víctimas y como resignados, aparecemos como cómplices de la situación en la que vivimos por el simple hecho de que el silencio y el no hacer nada es aceptar la realidad como buena y única.

Los tres monos enseñan lo que no debemos hacer ante situaciones injustas, denunciables y nocivas para la salud de una sociedad. Y aunque sea una actitud pragmática no nos llevará a ninguna ventaja futura, muy al contrario, nos envolverá en una espiral de sinsentido general, aumentará la desconfianza y convertirá a todos los ciudadanos en meros monos convertidos en tristes personajes de una obra real que terminará en drama. Un final esperado visto los acontecimientos. Mientras tanto nos dejamos llevar por la corriente.

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