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Departamento GRAL. LOPEZ

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jueves, 18 de febrero de 2010

El mito de Narciso

Es sorprendente la vigencia que un antiguo mito griego, el de Narciso, ha cobrado en la actualidad. La personalidad narcisista, descrita por los siquiatras Han Kohut y Otto Kernberg, llegó a convertirse en uno de los tipos primordiales de paciente, a partir de los ’60. En los ’70, el profesor Christopher Lasch publicó su ensayo “La cultura del narcisismo”, que ya ha llegado a convertirse en un clásico.

En la mitología griega, Narciso es un adolescente de hermosura deslumbrante. Su belleza es tan superlativa como su indiferencia por los demás. No se conmueve por los dramas que produce el amor que despierta en hombres y mujeres. Un día llega hasta una fuente clara. Se acerca a tomar agua y entonces se encuentra con su propio reflejo. Por primera vez se enamora, se siente cautivado por el muchacho que lo mira desde el otro lado del agua. Pero cuando trata de tocarlo, la imagen se deshace. Sin poder poseer el objeto de su pasión, se queda contemplándolo, y allí se consume y muere. En ese mismo lugar crece una flor, el narciso.
Narciso ni siquiera se enamora de sí mismo, sino sólo de su imagen. La sociedad contemporánea puede definirse con propiedad como narcisista: vive en el éxtasis de la imagen. La televisión, las gigantografías y carteles publicitarios que saturan la ciudad son los espejos del Narciso de hoy. Ahí nos miramos, con la ilusión de encontrar en los rostros y cuerpos de los modelos de belleza, un reflejo de la apariencia que nos gustaría tener.
Los pobres Narcisos de hoy día, vivimos en la contemplación de los astros y las estrellas de la tele, y ellos, a su vez viven viéndose mirados por nosotros. Aspiramos a vivir contemplados por otros, ojala por muchos otros que nos acompañen en nuestra autocontemplación narcisista.
La sociedad narcisista es ésta, que le da cada vez mayor importancia a los rasgos narcisistas y los promueve y exalta, porque su combustible son el individualismo extremo, competitivo, despiadado, y la hiperinflación de los egos codiciosos, que exigen gratificaciones tan inmediatas como desechables y viven en un estado de deseo exacerbado, voraz y siempre insatisfecho. El narcisista es el consumidor ideal. Sus antojos son ilimitados y satisfacerlos es una especie de permanente homenaje que le rinde a su propio ego. También es el ciudadano políticamente más funcional al sistema, puesto que busca la felicidad sólo en las gratificaciones al Yo. Jamás se va a asociar con otros para un proyecto colectivo. Vive en el aislamiento del individualismo más solitario. Sus relaciones con los demás son funcionales o superficiales. Nunca se enamora de otro o de otra. Vive enamorado de sí mismo y lo que busca en la pareja es alguien que adhiera a ese amor por él. Como lo indica Lasch, el narcisista “vive en un estado de deseo agotador y eternamente insatisfecho”. Habita sólo en el presente buscando la satisfacción de sus deseos compulsivos. No se interesa ni en el futuro ni en el pasado. Le cuesta “crearse un depósito interior de recuerdos amables”. Por extensión, la sociedad narcisista vive sin proyecto futuro. No se ocupa, por ejemplo, del Apocalipsis ecológico, porque supuestamente eso afectará a las generaciones que vienen, a otros, que no le importan para nada. También devalúa el pasado. Vive en una actitud risueña y superficial, construye un mundo sin espesor, que produce un empobrecimiento síquico y cultural.
El drama es que habitamos un mundo modelado por Narciso, vivimos en un presente sin arraigo ni proyecto, confundiendo la felicidad con la satisfacción de apetitos primarios y pasajeros, en la brillante superficie de un espejo que tiene un reverso oscuro de soledad y depresión.

Darío Oses - Diario La Nación Imprimir artículo

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