Gabicá es una de esas mujeres admirables, goza de la sabiduría que se aprende no en las bibliotecas ni en los congresos sino viendo en los otros un poco de cada uno mismo. Y no haciendo nunca lo que a uno no le gusta que le hagan. Con esa sencilla pero difícil premisa, entre otras,
Gabicá va tejiendo el tramado de su vida con los colores más divertidos, amenos y agradables. Sincera como pocos, encaró su doble maternidad con tranquilidad y decidió no escaparse nunca por la tangente.
Una mañana, su hijo mayor se le acercó con la ingenuidad que suponen los diez años de vida y, recordando un comentario escolar escuchado el día anterior, le soltó a su madre: “Mami, ¿qué es sexo oral?”
En ese momento, lo admitió públicamente, Gabicá estuvo tentada de huir bajo la excusa de una ignorancia mentirosa o de esquivar la respuesta mandando al niño –varón– a hablar con su padre –varón– y asignarle a él –varón– el privilegio de las charlas de hombres –varones–.
Pero, fiel a su estilo, decidió afrontar el desafío. Rápidamente, muy rápidamente, intentó recordar los consejos televisivos de todos los programas que alguna vez en su vida pudo haber visto y, tan velozmente como los recordó, los descartó: ninguno servía para ese momento. Los segundos transcurrían demasiado rápido, mucho más que otros, y no quedó más tiempo para rajar de la situación… había que responder.
Su cara no pudo disimular la dificultad que le representaba responder una consulta tan simple e, inmediatamente, la invadieron una serie de preguntas auto referenciales que, de haberlas dejado crecer, la hubieran asfixiado más que la pregunta disparadora de su hijo: ¿por qué un niño de 10 años le hacía a ella una pregunta tan difícil de contestar? ¿Con qué términos responder? ¿Cómo describir un acto sin entrar en los detalles? ¿O cómo entrar en los detalles sin que den paso a otras preguntas peores aún?
La primera opción fue mentir y decir que se trataba de una “charla de dos personas sobre el tema sexo”; pero, claro, eso hubiera sido tratar a su hijo como a un perfecto tonto, algo que ninguna madre dejaría que le suceda a su hijo, salvo cuando se trata de una misma y, sobre todo, si ese recurso le permite escaparse de una situación “casi embarazosa”. Pero Gabicá desechó esta primera opción porque era demasiado egoísta privilegiar su comodidad por sobre las necesidades de su propio hijo. Además, pensó,
“si pretendo que mi hijo confíe en mí, no puedo hacer otra cosa que responder como quisiera que él me respondiera cuando yo necesite que sea sincero conmigo”. Sabia decisión.
Descartadas la tentación de la retirada y la opción de la mentira, la única alternativa era la verdad.
“Mira…”, inició con la voz temblorosa mientras buscaba sacar a relucir su habilidad explicativa de docente, “el sexo oral es…”, prosiguió mientras buscaba en su diccionario mental las palabras y sinónimos más adecuados para responder, “es cuando una mujer…”, “ma, sí”, pensó y le describió la situación: “es cuando un hombre o una mujer le pasa la lengua por ‘ahí’ a una mujer o a un hombre”.
El niño ni se inmutó.
Mientras le caían las gotas de transpiración por la nuca, transcurrió otro segundo interminable. Gabicá rezaba para que a su hijo no se le ocurriera consultarle si ella, al fin esposa y novia, le había hecho o le hacía eso a su padre.
Para tapar el silencio, Gabicá continuó con un “se trata de una forma de expresar cariño a su novio o novia, es parte de la intimidad de una pareja y debiera quedar como parte de la vida privada de cada persona” y, casi desesperada, sabiéndose enemiga de la mentira, se adelantó a una posible pregunta personal, “no se usa contar en público sobre estas cuestiones”.
El niño ni se inmutó.
Gabicá pensó: “ya está”. Lo miró para ver una posible reacción y, ya superada, esperó una repregunta mucho peor que su anterior.
“¿Y lección oral?”, preguntó el niño.
“¿Perdón?”, dijo la madre.
“Es que la maestra dijo que para hoy iba a tomarnos algo oral…”, se justificó la criatura.
Cuánto hubiera dado Gabicá para que la primera pregunta de su hijo hubiera sido sobre la “lección oral”. Y cuánto hubiera dado el niño, tal vez sin saberlo, para que aquello que la maestra le hiciera fuera “sexo oral” y no “lección oral”. Lamentablemente para ambos, fue al revés. Pero, seguramente, ese día, Gabicá le demostró a su hijo que puede haber una charla sincera y sin mentiras entre ellos, aun cuando se trata de temas difíciles y, supuestamente, tabúes. Seguramente, ése es uno de los pilares más fundamentales para que el niño sepa, aunque sea de pura casualidad, lo valioso que es poder confiar en su madre siempre.