P. Emiliano Tardif, M.S.C
Nos cuenta el Evangelio que un día Jesús curó a un sordomudo de manera que su lengua comenzó a hablar correctamente, con toda normalidad.
Otro milagro, y mucho mayor, tendría que obrar Jesús para desterrar de nuestros labios el gran pecado de la murmuración.
El chisme es una de las cosas que más daño pueden hacerle a un Grupo. El chisme es la noticia verdadera o falsa que se repite para indisponer a una persona con otra. Por eso, chismoso es aquel que siembra discordias entre los amigos. El fin del chismoso es siempre destruir la amistad, indisponer a una persona contra otra. De ahí que el chismoso manifiesta cuando menos, un corazón pequeño y amargado, empobrecido y vil. Un corazón carcomido por el veneno de la envidia.
El chisme es una de las cosas que más pueden dividir un grupo. Dios aborrece al que siembra discordia entre hermanos, sea pública o privadamente. El chisme es hijo de la envidia y participa de la humillante bajeza de esta pasión. A veces la persona lo presenta con capa o apariencia de bien, pero la murmuración es siempre un vicio mezquino.
La gravedad de este pecado proviene de su fin. Sembrar discordia entre amigos constituye un pecado gravísimo, porque desprecia el precepto sobre el amor al prójimo.
Por eso dice la Escritura: "Seis cosas hay que aborrece el Señor... y la última es el que siembra la discordia entre hermanos". (Prov.. 6,16).
Para ser sinceros digamos que generalmente la murmuración nace de la envidia. Nos cuesta ver sobresalir a los demás, y por eso entre cien virtudes que tiene uno, nos fijamos en un defecto, como el que se fijase en las patas y no en el bello plumaje del pavo real.
Además, es señal de cobardía grandísima el meterse con alguien que está ausente, y que por estar ausente; y no podemos oír, no puede justificar su causa, ni rebatir nuestras murmuraciones. Si algo queremos conseguir de un hermano, digámoslo a la cara, avisémosle con caridad, propongamos el mal que se le sigue y el bien que logrará al cambiar de conducta. Pero no ladremos en su ausencia cobardemente y en balde.
Lo que conseguimos con nuestras murmuraciones es hacemos odiosos a los que nos escuchan. Ya lo dijo la Sagrada escritura por boca de Salomón: "Al chismoso lo odia todo el mundo".
Aborrecibles a Dios:
Si nos hacemos odiosos a todo el mundo, no menos odiosos nos hacemos a Dios. San Pablo, escribiendo a los romanos, dice: "Los chismosos son aborrecibles a Dios". No quiere el Señor que andemos publicando los pecados de nuestro hermano.
¡Oh, si el Señor revelara ante la faz de nuestros hermanos las vilezas que nosotros y hemos cometido en oculto, las hipocresías, rencores, mentiras y tantas bajezas, que nosotros bien sabemos se esconden en nuestro corazón! Quizá aquellas mismas bajezas que falsamente achacamos al prójimo, son las que verdaderamente nosotros cometemos, o, al menos, dado lo frágiles que somos, muy bien, si Dios no nos ayuda, podemos cometer mañana.
¿A quién se parecen los murmuradores?
Los murmuradores se parecen a los puercos que se revuelcan en el fango, o a las moscas que no se posan en la parte sana de las frutas, sino sólo en las podridas.
Así los murmuradores no se fijan en las virtudes del prójimo, sino sólo en sus defectos. El que calumnia en secreto es como la serpiente que callada muerde.
El pecado de la murmuración:
Hay gente que no sabe sino murmurar. No debemos tomar parte en su pecado. El que oye con gusto las palabras que ofenden el honor del prójimo, comete el mismo pecado que quien las profiere. El que habla palabras de murmuración es como el fuego, y el que las escucha con agrado le añade leña al fuego. Si no fuese por éste, pronto acabaría aquél. Al que no quiere oír, nadie le lleva cuentos ni chismes.
¿De qué nos aprovecha notar que el otro es malo? Mejor emplear esta laboriosa investigación en nuestra propia conducta. Por eso nos avisa el Señor: "Quita antes la viga que tienes en el ojo, y así podrás tú luego quitar la paja que tiene el otro".
No murmuremos:
No murmuremos, por amor y obediencia a Jesucristo, para evitar el daño y el mal rato que podemos causar a los demás, y por el daño que nos hacemos a nosotros mismos.
No murmuremos, porque la murmuración es como un fósforo que, arrojado en un campo de yerbas secas, produce un gran "incendio que difícilmente se apaga.
No murmuremos, porque el murmurador queda con una obligación gravísima, la obligación de restituir la fama ajena y los daños materiales de esa murmuración.
A Cristo le cuesta revelar los crímenes ocultos:
Viene el Hijo pródigo, y lo primero que hace su Padre es cubrir su desnudez con ricas vestiduras, para que los demás no lo vean harapiento.
A la mujer adúltera del Evangelio, Cristo procuró dejarla bien delante de sus mezquinos acusadores y les dijo: "Aquél que esté sin pecado, que le lance la primera piedra".
A Judas, la noche de la Última Cena, no sólo no le quita la máscara delante de los demás apóstoles, sino que le ofrece cariñoso un bocado de su plato y le lava los pies como a los demás.
Dice San Pedro: "El que de veras ama la vida, y quiere vivir días dichosos, refrene su lengua del mal, y sus labios no se desplieguen a favor de la falsedad".
Anécdota:
Dice el cuento que eran padre e hijo, Severo y Severino. Se dirigían un día al mercado, y llevaban un borrico.
Al principio iba montado Severino, pero la gente comenzó a murmurar diciendo: "¿No le dará vergüenza que vaya su padre a pie y él montado? ¡Qué educación es esa!"
En vista de las críticas, bajó Severino y montó Severo, su padre. Ahora las críticas de la gente se dirigieron al padre: ¡Vaya haragán! ¡Qué lástima que vaya el pobre niño a pie, y él en el borrico bien sentado!"
Decidieron ir ambos a pie.
La gente comenzó a burlarse de ellos. "¿Para qué el borrico?.. ¡si serán tontos!.. Si fuera yo... ¿tú crees que andaría a pie aliado del borrico?
No hubo más remedio que montar los dos. Los transeúntes que les vieron, comenzaron a tener lástima del borrico. "¡Pobre borrico, lo van a reventar! ¡No se sabe quién son animales, si los de arriba o el de abajo!..."
Ya no sabían qué partido tomar para contestar a la gente, cuando se les ocurrió tomar una decisión: "Bueno, dijo Severo, vamos a hacer lo que nos parezca bien y nos dé la gana. ¡La gente no sabe sino murmurar!"
EL BUEN USO DE LA LENGUA
“En el mucho hablar no falta el pecado, el que refrena sus labios es sabio" (Prov. 10,19)
“La muerte y la vida están en el poder de la lengua" (Prov. 18,21)
Y en la carta de Santiago escuchamos:
"Si alguno no cae hablando, es un hombre perfecto, capaz de poner freno a todo su cuerpo. Si ponemos a los caballos frenos en la boca para que nos obedezcan y dirigimos así todo su cuerpo. Mirad, también las naves: aunque sean grandes y vientos impetuosos las empujen, son dirigidas por un pequeño timón adonde la voluntad del piloto quiere.
Así también LA LENGUA es un miembro pequeño y puede gloriarse de grandes cosas. Mirad qué pequeño fuego abrasa un bosque tan grande. Y la lengua es fuego, es un mundo de iniquidad; la lengua, que es uno de nuestros miembros, contamina todo el cuerpo y, encendida por la gehena, prende fuego a la rueda de la vida desde sus comienzos. Toda clase de fieras, aves, reptiles y animales marinos pueden ser domados por el hombre; en cambio ningún hombre ha podido domar la lengua; es un mal turbulento, está lleno de veneno mortífero. Con ella BENDECIMOS AL SEÑOR Y PADRE, Y con ella MALDECIMOS A LOS HOMBRES, hechos a imagen de Dios. DE UNA MISMA BOCA PROCEDEN LA BENDICIÓN Y LA MALDICIÓN. Esto, hermanos míos, no debe ser así. ¿Acaso la FUENTE mana por el mismo caño agua dulce y amarga? ¿Acaso, hermanos míos, puede la higuera producir aceitunas y la vida higos? Tampoco el agua salada puede producir agua dulce".
Eclo. 5, 12 ss.