Muchas son las críticas que desde varios sectores sociales, políticos y académicos se le hacen a la democracia argentina. Crisis de representación, falta de mecanismos de control horizontales que garanticen transparencia en la gestión gubernamental, acumulación de poder y ausencia total de responsabilidad en los funcionarios públicos, son sólo algunas de las características que afectan el correcto desempeño democrático en el país.
Sin embargo, quisiera puntualizar sobre un nuevo fenómeno que se ha ido produciendo en el tiempo reciente y que la sanción de la nueva ley de medios ha dejado al desnudo: una baja disciplina partidaria.
Tradicionalmente, el sistema político argentino se ha caracterizado por legisladores que respetaron relativamente los lineamientos partidarios, cuestionaron en poca medida las decisiones adoptadas por los partidos políticos a los que pertenecían y votaban las leyes acorde a los lineamientos propuestos por esas estructuras. Eran tiempos del clásico bipartidismo, materializado en el binomio PJ – UCR.
Hoy la realidad es marcadamente distinta. Un simple vistazo al Congreso de la Nación basta para comprobar estas afirmaciones. La multiplicidad de bloques legislativos que se formaron en los últimos dos años de gobierno kirchnerista llama poderosamente la atención. Existen legisladores que responden al oficialismo; los que siguen a Mario Das Neves, incondicional aliado del Gobierno Nacional en tiempos pasados pero no en la actualidad; otros que responden a Alberto Rodríguez Saá, también justicialista como los anteriores, Gobernador de San Luis y opositor.
En el espectro no-peronista podemos encontrar a aquellos que mantienen su pertenencia al bloque orgánico de la UCR y los que se alinearon con Julio Cobos, también radical pero aún Vicepresidente del Gobierno Nacional. Por otro lado, el ARI-Coalición Cívica de Elisa Carrió también sufrió divisiones en los últimos dos años, siendo la separación de Margarita Stolbizer –GEN- la más reciente. En el medio aún rondan algunos radicales que creyeron en el proyecto nacional del kirchnerismo y mantienen su fidelidad al Gobierno Nacional.
Mirando de pasada, el panorama es confuso y hasta desalentador. Gran parte de éste se debe a la dispersión y disgregación de poder que se vive al interior del peronismo actualmente. Es verdad. Pero solo en parte. La otra responde a ciertas regularidades que se dan en la política argentina actual.
En primer lugar, el sistema político argentino ya no mantiene una estructura bipartidista, sino todo lo contrario. Las continuas escisiones que se dieron en los dos partidos mayoritarios provocaron una proliferación de pequeños partidos que han ido creciendo desde finales de los ’90 y que actualmente han captado casi un 30% del electorado nacional. ARI-Coalición Cívica, PRO-Recrear, GEN son algunos ejemplos.
En segundo lugar, los partidos políticos argentinos ya no representan estructuras orgánicas, fuertes y organizadas en torno a programas claros y lineamientos estratégicos aceptados. Son pocos los ámbitos de debate internos que se dan en su interior y pocos los dirigentes que mantienen recelosos sus escasos espacios de poder. En algunos casos, los partidos responden únicamente a la voluntad de su máximo dirigente, por lo general gobernadores o intendentes que controlan una amplia cantidad de recursos públicos.
Finalmente, y como consecuencia de lo anterior, la renovación partidaria es mínima. No son muchos los dirigentes de base que pueden hacerse un lugar dentro de la estructura interna del partido y alcanzar posiciones de poder que les permitan obtener algún lugar en las listas de candidatos a cargos públicos. En definitiva, terminan siendo siempre los mismos, y los que llegan deben fidelidad a los “viejos”.
¿Cómo hilar los tres puntos anteriores? Los partidos políticos responden, en la actualidad, a unos pocos líderes que controlan los recursos del Estado desde sus posiciones de poder y determinan la forma en que deben votar los legisladores que responden a ellos. Un ejemplo basta: el voto de Dora Sánchez –UCR- a favor de la ley de medios, por pedido del saliente Gobernador de Corrientes, Arturo Colombi.
Con esto uno no prefiere un Congreso que actúe como mero “sello de goma” frente a las propuestas del Poder Ejecutivo. Al contrario, el disenso y el consenso, su contracara, son la piedra angular sobre la que opera toda democracia moderna. Pero no por ello se debe llegar al límite opuesto de una polarización de bloques parlamentarios, los cuales rinden cuentas ante sus respectivos gobernadores. Los legisladores deberían responder a sus partidos y escuchar a su electorado provincial. Los poderes ejecutivos provinciales no entran en esta ecuación.
En definitiva, la baja disciplina partidaria en el tratamiento parlamentario de algunas leyes recientes pareciera ser producto de la actual crisis que afecta a los partidos políticos argentinos, en particular, y al sistema político en general. Mientras los partidos políticos sigan dependiendo del Estado y sus recursos, se mantendrán estas debilidades sistemáticas a las que hicimos mención anteriormente y, consecuentemente, la calidad democrática disminuirá progresivamente.
Facundo Cruz
http://www.elclubdelapolitica.com.ar/
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Departamento GRAL. LOPEZ
viernes, 16 de octubre de 2009
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