Había una vez un anciano que tenía un pajarito al que quería mucho. Un día, tuvo que viajar y pidió a su esposa que lo atendiera. Pero ella, que era muy haragana no lo hizo.
Al poco tiempo, el ave, muerta de hambre y de sed, picoteó las rejas de la jaula y escapó.
Al regreso, el anciano vio lo sucedido y marchó en busca del pájaro para pedirle que regresara. Al encontrarlo, el ave le dijo:
—Estoy bien aquí, amigo. Pero como siempre fuiste bueno conmigo te daré un regalo.
Así, puso delante de su antiguo dueño dos cestos: uno grande y uno pequeño, y le pidió que escogiera uno.
—No tienes que darme nada –dijo el hombre– pero si ese es tu deseo tomaré el cesto pequeño. –Y se fue a casa con el presente.
Al llegar, vio que el canasto estaba lleno de oro, plata y piedras preciosas.
Entonces, su codiciosa mujer, lo obligó a contarle cómo había obtenido ese tesoro y partió también en busca del pájaro. Al encontrarlo le dijo así:
—¡Cuánto te extrañé! Me he preocupado tanto por ti que merezco un regalo a cambio.
— Muy bien –dijo el ave –todos merecen una oportunidad. Y le dio a escoger entre dos cestos. Ella, sin pensarlo, agarró el más grande y partió sin dar las gracias.
Al meter las manos en el cesto pensando encontrar una fortuna solo halló serpientes y escorpiones. Se asustó tanto, que salió huyendo y dicen que aún corre de un lado a otro sin saber dónde esconderse.
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