Bajo la denominación de Parque Provincial Juan Domingo Perón, se extiende la Reserva de Papagayos. Un área protegida con el fin válido de preservar una importante cantidad de Palmeras Caranday originarias del noroeste argentino que, curiosamente, se multiplicaron con éxito en la zona.
Formando un bosque sobre las sierras, estas palmeras constituyen un atractivo sin igual en Papagayos al que puede accederse de dos modos ya instituidos -las caminatas y las cabalgatas-, ambos guiados por baqueanos conocedores de la historia del lugar, su geografía y leyendas.
El caranday (Trithrinax campestris) es una planta de la familia de las arecáceas, nativa del Uruguay y del noreste argentino. Muy rústica, crece en zonas de suelos áridos, pedregosos y secos. Es distintiva por conservar pegados al tronco los restos de las frondas muertas, que le dan un aspecto característico.
Nombre botánico: trithinax campestris
Descripción:
• Palmera de hasta 2-6m con el tallo (estípite) generalmente simple.
• Hojas con forma de abanico muy grandes, verde grisáceas, cubiertas de una fina capa de cera.
• El tallo de los ejemplares adultos está cubierto hasta la base por las hojas muertas con sus vainas (“pollera”). Los incendios queman la pollera y dejan al descubierto la corteza lisa, castaño grisácea.
• Florece de marzo a abril. Flores perfectas, completas de 10mm de largo, blanco amarillentas, que se agrupan en inflorescencias muy grandes (espádices) de 50cm de longitud aproximada.
• Fructifica entre enero-marzo del año siguiente. Drupa carnosa, esférica, amarillenta, de 15mm. Carozo leñoso muy duro, semejante a un coquito.
• Se halla en el oeste de Uruguay y en Argentina.
Típica del chaco árido, serrano y semi árido, y del espinal. Puede suceder que recorriendo en norte de la provincia de Córdoba, acaso buscando alguna huella de la historia argentina, nos sorprendan con su presencia: de repente aparece.
Uno siente que atraviesa el mar hacia la prehistoria: gigantescas islas en el bosque serrano, los palmares parecen alertarnos de que hay algo más detrás de lo que vemos. Es muy curioso que en las crónicas de la entrada española no se halle ninguna mención de los extensos palmares que encontramos en la actualidad en el centro del país.
Tampoco existen evidencias de ninguna utilización de los mismos en documentos inmediatamente posteriores, siendo que los conquistadores valoraban mucho las palmeras por su utilidad como fuente de materias primas y por sus cualidades estéticas. Los investigadores suponen que en aquel entonces las palmeras no formaban poblaciones tan grandes, y su área de distribución era lo suficientemente restringida como para pasar desapercibidas.
Las formaciones actuales serían el resultado combinado de la tala intensa, el sobrepastoreo y los incendios. La Palma Caranday es capaz de rebrotar tras un incendio forestal, mientras que las especies leñosas se ven más afectadas. Aunque el paisaje del palmar incendiado es desolador, dentro del los tallos carbonizados sobrevive el brote. Además, las semillas se ven favorecidas por la acción del fuego para germinar. Por otra parte, las vacas se alimentan de los frutos azucarados y diseminan las semillas por el monte. Finalmente, la tala selectiva de especies leñosas, deja el campo libre para que las palmeras se extiendan.
La primer referencia a un palmar aparece una centuria después de la conquista de la región, en una carta de un jesuita mendocino que sólo los menciona para el territorio de San Luis: “la palma cuyana […] en su configuración y estructura, tiene semejanza con varias especies que de este vegetal tienen los reinos y provincias vecinas. No es de extraordinaria elevación su estatura. Crece formando siempre su tronco desnudo de ramazón que sólo conserva en su parte más alta y superior, y que le sirve como de copa. La madera de la palma no es sólida ni fuerte, antes medulosa y hebrosa, así sólo puede usarse de ella para postes de corredores bajos, o para los techos de casas campesinas que no llevan un peso más que de ordinario en su cubierta. Se halla sólo en la jurisdicción de San Luis”.
El Caranday también aparece en forma de ejemplares aislados en otros sitios de los bosques chaqueños. Hoy es la palma indígena más difundida en el país, pero José Santos Biloni sostiene que los palmares más hermosos de esta especie son los de las regiones serranas de Córdoba y San Luis, entre ellos el llamado Palmar de Papagayos. Sarmiento rememora en “Recuerdos de provincia” su paso por San Francisco del Monte de Oro (San Luis) en 1844 y la profunda impresión que dejaran en su espíritu “el olor de la vegetación de aquellas palmas en abanico”.
Tradicionalmente se han utilizado las diversas partes de la planta como materia prima para artesanías y construcciones. Tiene una hoja que algunos han comparado con la forma de una mano, con la que se confeccionan abanicos y cestos. Por cocción del follaje nuevo se obtiene cera vegetal. Los cogollos también son alimento para el ganado. La colana (hebra que se obtiene de las hojas) se vendía para transformarla en cerda de cepillos, o para hacer escobas.
En San Pedro Norte (Departamento Tulumba, Córdoba) funcionó hasta hace unos años una fábrica que aprovechaba esa fibra para la confección de suelas de alpargatas. Este ha sido el único uso industrial documentado, y era un ejemplo del aprovechamiento sostenido de un recurso, ya que no es necesario matar la planta para obtener la materia prima.
En contraposición, vecinos de la Pampa de Pocho, también provincia de Córdoba, han denunciado a empresas que arrancan ejemplares adultos para venderlos como planta ornamental. Esa actividad podría derivar en un fuerte impacto negativo en el ecosistema, además de las obvias consideraciones estéticas. El crecimiento de las palmas es muy lento, y hacen falta años para que los ejemplares alcancen porte arbóreo. La vaina fibrosa que rodea el tallo sirve para construir ingeniosos sombreros y adornos; como así también para filtrar el agua.
El borde espinoso de las mismas se usa como palillo para copetín. El fuste de la palma se usaba, partido en dos y aserrado en trozos, como tejas para los techos de las viviendas de la zona. La fruta machacada en agua fermentada se utiliza para destilar aguardiente. La cestería de palma es una de las artesanías tradiciones del centro del país.
La población cordobesa de Copacabana (Departamento de Ischilin) vive de ese trabajo, que se transmite de generación en generación. Julio Rodríguez cuenta a Abrile que cada tres o cuatro días, “cuando ya calienta el sol salimos con mis dos hijos mayores a cosechar. Caminamos unos tres kilómetros buscando las mejores hojas, que cargamos al hombro de vuelta a casa”. El promedio de construcción es de cinco cestos por día que trocan por alimentos. Informa Abrile: “Se utiliza la hoja tierna y larga que les permite ajustar el tejido para que no doblegue con el paso del tiempo”.
En la zona reconocen como precursor de esta artesanía a Pedro Pucheta. Don Julio Quiteros, quien fuera su aprendiz, recuerda: “No debemos cortar el corazón de la palma, esos brotes amarillos en los bordes de la planta. Antes los usábamos para matizar el tejido, porque el amarillo natural quedaba hermoso en los canastos. Pero un día me pregunté: ¿No estaremos haciendo lío con esto? Entonces, le corte el corazón a una palma y la dejé marcada; volví al año siguiente y estaba igual, y así sucesivamente. Nunca más dio hojas nuevas”.
Aparentemente, lo único que ha podido teñir la hoja son la anilina sintética y el barniz, “pero ninguno de los dos es aconsejable porque impermeabiliza el tejido, y éste necesita humedad para volver a tomar fuerza”. Y asegura: “El tejido muere cuando se reseca, en cambio, un canasto sin ningún tratamiento puede durar 20 años”.
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