POR MARCELO A. MORENO
El
republicano Mitt Romney terminó de lapidar su campaña por la presidencia de los
Estados Unidos al difundirse por estos días un video en el que explicaba: “Hay
un 47% que están con Obama, que son dependientes del Estado, que se sienten
víctimas, que creen que el Estado tiene la responsabilidad de cuidar de ellos.
Mi trabajo
no es preocuparme de esa gente.
Nunca los voy
a convencer de que asuman sus responsabilidades.” Desde luego, se refería a su
oscilante campaña electoral, pero sus palabras dejaron demasiado en claro que,
de gobernar, no se ocupará de ese
porcentaje -que él juzga inútil- de la población. Con reflejos entrenados,
el portavoz de la Casa Blanca pasó a cobrar el bonus por caja y replicó:“El
presidente Obama cree que en el esfuerzo por la prosperidad debemos estar todos
juntos”.
Tras el espontáneo sopapo del cacerolazo del jueves 13, el
gobierno kirchnerista salió con los tapones de punta contra la realidad y sus
fantasmas.
El que bajó
la línea fue Juan Manuel Abal Medina, que definió a los que salieron a la
calle: “ Son los que en otros tiempos recurrían a los golpes militares.(...) No
pisan el pasto para no ensuciarse (...). Les preocupa más lo que pasa en Miami
que en San Juan”.
El coro
oficial comulgó en una acusación: eran “de clase media” .
¿El
señalamiento clasista se relaciona con el hecho inequívoco de quela cúpula
del gobierno está conformada por millonarios que llevan un tren de vida mucho más
propio de la clase alta que de la media?
Porque, ¿a quién se parece más la doctora
de Kirchner?
¿A una
trabajadora de villa Piolín, a una empleada de tienda de Floresta o a una
señora de Barrio Norte?
Para que no
quedaran dudas, días después, la Presidenta delimitó: “ El objetivo de nuestro
gobierno es seguir trabajando en
beneficio de la mayoría de los argentinos ”.
Es decir, el 54% que la votó.
En su
preámbulo, la Constitución Nacional declara que su objeto es, justamente,
“constituir la unión nacional , afianzar la justicia, consolidar la
paz interior, proveer a la defensa común, promover el bienestar general , y asegurar los beneficios de la
libertad, para nosotros, para nuestra posteridad, y para todos los hombres del mundo que quieran habitar en el suelo
argentino.” Habla de totalidad, no de una porción, como la de Romney o la de
Fernández de Kirchner.
Eso de gobernar para todos no es una fórmula retórica ni una
argucia de marketing político.
Por estos
días -en medio de la crisis y el conflicto con Cataluña-, el rey Juan Carlos de
España lanzó un mensaje a la población: “En estas circunstancias, lo peor que podemos hacer es
dividir fuerzas, alentar disensiones, perseguir quimeras, ahondar heridas.” Y recordó que una de las claves del
éxito de la transición democrática en su país fue “la renuncia a la verdad en
exclusiva”.
El mensaje
calza como un guante a la tan antagónica y tan acongojada sociedad argentina de
hoy.
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